Curiosa historia la del amigo Fraser. Escocés de Edimburgo, cantautor de privilegiada voz, que debuta en 2003 con un álbum ‘And The Girl with The strawberry…’, el cual cosechó en su momento elogios de gente como Joan Armatrading, The Low Anthem e incluso Chuck Berry (¿!). Al cabo de poco nuestro hombre se enamora de la localidad de Ariège, en el sur de Francia, y ahí que se instala con su familia, dedicándose a criar a los niños y a ofrecer recitales esporádicos por la zona, alejado del más mínimo circuito comercial, hasta que en 2007 se autoedita Coming Up For Air, un segundo disco que capta la atención al conocido locutor de la BBC, Bob Harris.
Éste le invita a unas sesiones, y además le consigue un aliado de primera en el legendario bajista Danny Thompson, el cual no tarda en empezar a colaborar con Frasier. Reclutan a una serie de –magníficos- músicos de sesión, gente de bagaje contrastado en el jazz y el blues mayormente, y facturan este Little Glass Box en 2010; pero, cosas de la vida, nadie parece interesado en editarlo y distribuirlo, y Frasier se dedica a venderlo en sus conciertos, mano a mano, hasta que a finales del año pasado por fin alguien, el sello alemán Membran concretamente, decide publicarlo y ofrecerle al bueno de Fraser su primer contrato en casi dos décadas de carrera.
Y no podía ser en mejor momento, pues es una pequeña obra maestra, un disco de folk-jazz íntimo, rebosante de lirismo, comandado por una voz cargada de soul, que domina el fraseo y el falsete como los grandes maestros, y con una instrumentación precisa, clásica, con la acústica como espolón flanqueada por piano eléctrico (ese Fender Rhodes, cómo suena, oigan), trompeta, congas y mandolina. Y por debajo de todo, llevando la nave a buen puerto, el bajo de Thompson, discreto pero omnipresente.
Un álbum sencillo y a la vez sofisticado, canciones de un sutil erotismo pero no del todo desnudas, sino vestidas con detalles de lencería cara, una colección de temas que vale tanto para el porche de una casa en el campo, como para la azotea de un ático de lujo en un rascacielos de Manhattan. Eso sí, siempre después del atardecer. Y en compañía.
Eloy Pérez