El arte japonés del kintsugi esconde una filosofía según la cual cuando se repara un objeto, las grietas y juntas que quedan visibles pueden contemplarse como fallos, como errores, o por el contrario apreciarse positivamente como algo intrínsecamente bello y como parte de la historia del mismo. Una perspectiva que parece haber adoptado Jim Jones en este su quinto trabajo, tras dos años de emociones y rupturas, ahora reparadas con la misma brillantez de los metales preciosos empleados por los orfebres nipones.
Vehículo de expresión propia en distintos formatos, Jones se ha dejado acompañar por Michael Reed (batería, multi instrumentista y productor) y por su guitarrista Dave Little, habituales ambos en sus grabaciones; de hecho, los tres se conocen desde su época de estudiantes. Con el añadido del bajista Nathan Layland, David Smale en el contrabajo y Rebecca Balzani Barrow al violín, la banda ha seguido al jefe con tino, arropando su música y tejiendo un colchón sobre el que este pueda desgranar sus relatos. Unos relatos que se convierten en algunas de las mejores canciones escritas por el de Devon («We Alive», «Evening Glow», «Mr Kintsugi»), que tras seis años de silencio discográfico y desde su filiación indie se sigue moviendo como pez en el agua entre el folk y el americana; esto es, primando lo acústico y lo pausado, pero dándole el suficiente empaque para evitar la modorra tan habitual en tantos y tantos adscritos al género. En realidad, una primera escucha poco atenta puede dar sensación de cierta linealidad; impresión que se disipa a poco que se insista, dejando que las canciones vayan calando de forma casi imperceptible, como una leve llovizna de madrugada. Y al final, vaya si calan.
Todavía pendiente de dar el salto a la liga de Jeff Tweedy, Ron Sexmith, Willy Vlautin y otros nombres ya consagrados, las pistas que Jim Jones va dejando son las de un cantautor cada vez más sólido, uno de los músicos británicos más interesantes en su liga, alternando primeros puestos con Peter Bruntnell (guitarra invitada en «We Are All Each Other», por cierto), James Maddock o Robbie Cavanagh.
Eloy Pérez