El enésimo revival post-punk trae consigo, como de costumbre, dosis destacadas tanto de cal como de arena. El cuarteto (septeto en directo) de Leeds pertenece al primer grupo. Al de las bandas a reivindicar. Bandas dotadas de personalidad y buenas canciones, como también sería el caso de Fontaines D.C. Y si bien la etiqueta de hype a veces es más una rémora que un acicate, tampoco sería el caso para los de James Smith. Es más, su momentum confirió a su visita un entusiasmo colectivo que no hizo sino acentuar más sus virtudes, por aquello del «toma y daca» entre banda y público.
Del repertorio seleccionado, las canciones de su reciente álbum Where’s My Utopia coparon el protagonismo. Un segundo disco por el que han recibido elogios de la crítica, pero también voces disconformes. El argumento de estas es que su vertiente más arisca y ácida, la mostrada en The Overload (2022), pierde aquí protagonismo dando paso a un enfoque más pop, cercano incluso a nombres como Beck (escuchen «Petroleum» si tienen alguna duda al respecto). Sin entrar en valoraciones al respecto, podemos convenir que esa aproximación melódica no es óbice para que hits inapelables como «When the Laughter Stops» o la irónica e irresistible «We Make Hits», mantengan el colmillo afilado, sin renunciar a ciertas cotas de comercialidad (entrecomíllese esto último).
De hecho, no hay canción en todo su cancionero en la que no asomen esas aristas propias del post-punk más genuino. Y ahí el protagonista, el verdadero baluarte de ese atributo incisivo y disonante en su sonido no es otro que el guitarrista Sam Shipstone. Especialmente en directo, donde sus afilados latigazos a las seis cuerdas resaltan especialmente, honorando a Keith Levene o Gareth Sager con todas las de la ley. Y por supuesto, hay que destacar el papel de Smith como frontman. Goza de la labia ponzoñosa de Mark E. Smith, el timbre pop de Beck y la energía de Shaun Ryder, pero además es cercano y natural. Donde otros optan por la soberbia o la introspección, Smith se muestra como es, sin artificios, comunicativo y cercano.
La adición en vivo de un multi instrumentista que se ocupa de teclados, saxo y sampler, así como dos coristas/bailarinas es un factor diferencial a la hora de dar empaque a su sonido sobre el escenario. Especialmente, teniendo en cuenta que en canciones como «Down by the Stream», tanto saxo como samples son protagonistas. Elementos pues, que enriquecen su directo, para que el salto entre el estudio y el directo sea menos traumático.
Entre las «viejas canciones», «Dead Horse» sonó estupenda, conectando la plática callejera de Mike Skinner con la tradición post-punk Albión. En «Payday» uno piensa en algo así como un «Once in a Lifetime» pervertido por Happy Mondays, para nuestro gozo y disfrute. «Witness (Can I Get A?)» desató un despiporre impropio de un martes noche, mientras que la imprescindible «The Overload» nos recordó que se pueden conjugar accesibilidad y calidad, uniendo (nuevamente) post-punk, hip-hop y la robustez dance de la camada de bandas inglesas bailables de mediados de los 2000. ¿Es posible un encuentro entre la deliciosa desfachatez de los Mondays y la elegancia y prestancia instrumental de los Bad Seeds? A tenor de lo vivido, diría que sí.
Una buena fiesta, en definitiva, que terminó, como viene siendo habitual en esta gira, con una sentida «A Vineyard for the North», antesala del bis formado por «100% Endurance» y «The Trenchcoat Museum». En esta última, editada el año pasado como bisagra entre álbumes, estiraron el chicle electrónico sacando todo el jugo al sonido de la sala, y el sudor, a quienes tuvimos a bien ignorar los cuartos de final de la Champions League. Valió la pena hacerlo, para así poder disfrutar de la banda del momento, justificando su ascensión.
Texto: Daniel González
Fotos: Salomé Sagüillo
