Ya sabemos como está el patio, pero no deja de ser curioso que un tipo como el canadiense, toda una estrella en su país, y que tiene un ramillete de discos con unas canciones y un sonido que abarca un amplio espectro de público; que va desde el indie hasta el pop pasando por el rock, solo sea capaz de reunir a poco más de medio centenar de almas a su paso por Barcelona. Y la mayoría compatriotas suyos o bien de otras nacionalidades anglosajonas. Claro que, tratándose de la capital catalana, eso tampoco es ya una sorpresa.
El caso es que Roberts y su banda, acompañados por el excelente sonido que exhibió la sala Laut del primer al último minuto,, supieron sobreponerse a ese hándicap y romper la frialdad inicial con energía; sonaron mucho más rockeros que en disco, simpatía, el bueno de Sam alternó el inglés y el castellano para dirigirse a la audiencia (y recordó su última visita a la Ciudad Condal para actuar en Sidecar), pero sobre todo con canciones bien construidas, de estribillos resultones y contagiosa carga melódica.
El concierto fue creciendo en intensidad, acompañado por la efusiva reacción del reducido público, todos conocedores de su obra, que corearon estribillos cuando Sam les cedió protagonismo vocal, «We’re All in This Together». Viniéndose definitivamente arriba con uno de sus mayores hits, «Bridge to Nowhere», o «Brother Down», ojo, más de quince millones de reproducciones en Spotify, junto a composiciones de su último disco, «Afterlife», «Cascades» o «Bad Country», que no desentonaron entre su repertorio más popular.
Terminaron transformándose en poco más o menos que una Jam Band para finalizar el pase con la extensa lectura, bañada en guitarras psicodélicas, de «Mind Flood», incluida en Capital City, uno de sus mejores álbumes, con la que cerraron el concierto.
Manel Celeiro
Fotos: Marina Tomás