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Hermanos Gutiérrez – Paral·lel 62 (Barcelona)

 

Lo primero que me llama la atención es el fenómeno Hermanos Gutiérrez: dos sold outs las dos últimas veces que han venido a la ciudad condal, esta última con la Sala Paral·lel 62 llena a rebosar y con una larga lista de espera deseando entrar. Recordemos que estamos hablando de un dúo de guitarras instrumental.

Que no es el último hype de música electrónica, ni ningún Dj que pega en las listas de Spotify. Realmente no me ganaría nunca la vida como booker de conciertos, porque en mi imaginario esa sería la música para gozar en un club de 20 personas, con un tequila rancio lamiendo mis labios y un sonido precario. Y me alegro por ellos y para el mundo que mi oxidado instinto para reconocer lo que puede funcionar siga así, oxidado.

Los dos hermanos venían a presentar su reciente disco, Sonido Cosmico, aunque oficialmente no sale a la venta hasta junio.  Y más allá de esta aclaración, hay una celebración, la de que los Hermanos Guitiérrez, contra todo pronóstico en mi imaginario, estén triunfando por todo lo alto. Y es que su carrera ha hecho un despegue brutal desde su alianza con el músico, mago y visionario (este sí que controla) Dan Auerbach.

Es admirable como ellos dos solos son capaces de inundar el sonido de la sala sin que heches de menos nada de nada. Su twang, con ramas percutivas y aderezado por un reverb inmersivo, se alía con su estilo fingerpicking, almidonado, flotante, liberado. La música latín de raíces se fusiona con el blues arenoso, como si Ry Cooder (por cierto no estaría nada mal que en un futuro los produjese) hiciera una versión de «La Llorona» de Chavela.  La telúrica del ritmo hace todo lo demás. Sus movimientos cadenciosos, suaves y seductores hacen que sus guitarras hablen, lloren, se emocionen. (como decía Tom Waits es el piano el que está borracho, no yo). Esteban tiene un dominio del pedal loop que ayuda a añadir capas de sonido a su ejecución, Esteban tiene una gran maestría con el lap steel y lo hace rugir de una manera verdaderamente especial, con distorsión y tremolo chorreante que parece que pueda expresar estados de ánimo en tonalidades.

Juntos consiguen una química bárbara, que a mi parecer va más allá de su repertorio, y sus guitarras se trenzan de una manera muy natural, casi que no te das cuenta de quien toca qué. La complicidad de los dos hermanos es su sonido, pura genética álmica. Podría decir que los nuevos temas sonaron maravillosos, desde «Sonido Cósmico» hasta «Low Sun». Algo más líquidos respecto a la aridez de sus anteriores trabajos. Como dicen ellos algo más de space y algo menos de polvo. Lo cierto es que sus conciertos producen un efecto sedante, una exhortación a la hipnosis que te impele a flotar en medio del romance de sus guitarras en pleno acto amoroso.   Su onírica es su regalo, su templanza es su sello. Una velada de perfecta música ancestral.

Texto: Andreu Cunill Clares

Fotos: Sergi Fornols

 

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