Diciembre es un mes catártico, vale para festejar, para despedir y para recibir a quienes vienen una vez al año, o algo así. Y de todo eso hubo en el XXXI Aniversario del bar La Plaza en Gijón. Un bar que es mucho más que las paredes que lo conforman, un local en el que late el corazón espiritual de varias generaciones que se toparon una música que no sonaba en (casi) ningún sitio, y que lo siguen venerando mientras renueva su equipo y su clientela.
Hablamos primero de las despedidas, por todo lo alto, pero despedidas. El Columpio Asesino, una banda que tiene una vinculación especialmente intensa con la ciudad, venían a tocar por última vez, es cierto que habían anunciado una gira por festivales para el año que viene, pero ninguno de ellos tendrá lugar en Gijón, y, sea como fuere, desde luego era la última vez que podrían disfrutarse en sala. Con todo vendido desde hacía meses, hasta 150 euros llegaron a pagarse por una entrada. O eso se rumoreaba.
Precedidos por Elena del Frade, quien tuvo el detalle de hacerle un guiño ye ye a la recientemente fallecida Concha Velasco, y con un repertorio en el que, inevitablemente, se quedaron joyas como “Cenizas” por el camino, y que tenía una suerte de orden cronológico, aunque se iniciara con “Babel”, El Columpio Asesino fue disparando canciones con la precisión e intensidad de un francotirador enamorado de su trabajo. No se olvidaron de saludar a Roberto Nicieza, el hombre detrás del sello Astro, quien publicó la primera referencia de la banda navarra (y ya puestos de la asturiana Manta Ray), y así, con un sonido exuberante, poderoso, fuimos siendo alcanzados por temas del calibre de “La marca en nuestra frente es la de Caín”, “Perlas o “Toro” (que explotó en riguroso orden cronológico), hasta culminar, primero, en una repaso a su excelente “Ataque celeste”, un discazo malogrado al nacer a pocos días del confinamiento, incluyendo, además de “Huir” y “Preparada”, la escalofriantemente certera “Sirenas de mediodía”, hasta estar a punto de hacer que la sala se viniera abajo con su reinterpretación del “Vamos” de los Pixies, toda una lección de lo que es llevar el agua de una canción a tu molino.
Más allá de lo personal, echaremos de menos los directos de El Columpio Asesino tanto como echamos de menos a Dani Ulecia sobre el escenario, no es fácil encontrarse tamaño repertorio defendido con tanta pasión y credibilidad, del mismo modo que es casi imposible dar con alguien que transmita como lo hace Cristina Martínez, qué suerte haber coincido tantas veces con ellos en el espacio tiempo, qué suerte haberlos descubierto, qué suerte tener al alcance de las manos los discos que conforman su legado.
Y para el sábado, tras Frade, otra suerte de tradición, tal vez más escondida, es la que reúne cada x años, siempre durante el aniversario de “el bar”, a Manta Ray sobre el escenario. Para explicar lo que esta banda supone me van a permitir que tire de lo particular. Fui a este conciertos con dos amigos, a uno le conocen y a otro, no, al que conocen le llamaros NV, al que no CV, pues este último no cesó de repetirme que de dónde había salido aquello, y lo mismo pudimos pensar, y sobre todo sentir, quienes tuvimos la suerte de estar allí, aunque ya hubiéramos estado más veces.
Los conciertos de Manta Ray, como el agua de un rio, nunca son lo mismo. Y así, como si de corrientes submarinas se trataran, “Estratexa”, “La vida continúa”, “Take a look” o “No tropieces”, fueron moviendo el ánimo y los cuerpos del personal, formando olas de diferente altura y densidad, de tremenda hondura o de cuchillo a flor de piel de gallina, como en “Qué niño soy”, consiguiendo ese estado que tan difícil resulta de explicar, esa suerte de trance que sólo unos pocos pueden provocar y que unos cientos pudimos disfrutar. Luego, brindando con NV pero ya sin CV en La Plaza, se lo dije a Nacho Álvarez, el dueño del chigre y bajista de Manta Ray, esto me va a ser difícil explicarlo con palabras, y felizmente así fue, este es el reflejo pálido de una noche en al que mientras Manta Ray estuvieron en el escenario, el universo era un lugar acogedor que se expande.
Texto: Jorge Alonso
Foto: Estela Cubilla