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Fiesta Ruido Rosa – Sala Planta Baja (Granada)

Angustias

Si hay un garito legendario indie en Granada, ese es el Ruido Rosa. Durante muchos años todas las figuras del mundillo alternativo de la ciudad se dejaban ver por el bajo del número 18 de la calle Sol. Ha sido parada de clásicos básicos granadinos como 091, Lagartija Nick y Los Planetas. Los miembros de Lori Meyers eran asiduos con el cambio de siglo, incluso alguno de ellos ha puesto copas. Tras una temporada algo desubicado y en decadencia por la falta de relevo generacional de su clientela, el local resucitó en 2017 de la mano de Sergio Vela con una propuesta psicodélica.

El plan fue metamorfoseándose, adaptándose a los nuevos tiempos. En los últimos años el bar ha apostado por el pop en su sentido más amplio y la generación Z convive en armonía con millenials y los clientes de siempre. La transversalidad generacional y musical definen ahora la ecléctica identidad del Ruido. Y, también hoy, aún es la catapulta de las bandas y djs de la capital granadina que pinchan aquí cada fin de semana.

Viernes 10 de noviembre, 20:45. Sala Planta Baja, otro lugar mítico de la Granada musical. Sergio, vestido de negro de los pies a la cabeza y con su habitual gorra de marinero, sube al escenario para presentar al primer grupo de la noche: el trío post punk Angustias. Se refiere a Antonio Deshollinador (voz y guitarra) con el mismo entusiasmo y cariño con el que lo hará con cada una de las bandas y artistas que forman parte de la fiesta del Ruido Rosa. “Son como familia, sin Antonio el Ruido no existiría”, exclamó. En la recta final del concierto, después de «El amargo final de un hombre mayor» fue el propio líder de Angustias el que devolvió el piropo: “¡Amamos las cuatro paredes de ese garito!”. El grupo ahondó en su negrura estética, lírica y musical, convertido en una eficaz máquina de rock and roll y punk que funciona a piñón fijo. Entre niños que usan pistolas, homicidios y relatos de terror como los de «Sueño eterno» se abre una pequeña rendija romántica que contribuye a completar un mundo sombrío (“me empecé a degradar por ti”, cantan en «Sultana») heredero del cielo nocturno de los grupos de principios de los años 80.

Srta. Trueno Negro

“Nada se inventa, todo viene de algún sitio, tomas algo y con esos mimbres haces algo nuevo, solo empujando hacia otro lado. La gente se atasca buscando influencias, pero es algo absurdo, como fijarse en la lente que ha usado un director de cine y solo en eso. Se trata de pensar en juntar y procesarlo, ¿New Order y Motown? ¿Cómo sonaría eso?”. Estas palabras las pronunció Win Butler, el cantante de Arcade Fire, en una entrevista de hace diez años y valen como introducción para presentar a Señorita Trueno Negro. El grupo encabezado por la cantante y guitarrista Natalia Drago es la gran baza del indie argentino en Granada. En su día abrazaron el clásico indie pop donostiarra (Le Mans, Family, La Buena Vida) que ahora han reformulado, potenciando sus virtudes para convertirse en un grupo de guitarras mucho más convincente. Sus temas enganchan (ojo al tema inédito con el que cerraron el show, un hit en potencia titulado «Ya no me acuerdo») y los caminos pisados por Pavement o Los Planetas en los años 90 adquieren un tono propio, distinto, gracias a la voz arrastrada de Natalia y la suavidad del acento rioplatense. La guitarra pegada al cuerpo de Luciano Lorenzo colorea el sonido y dota de ruido, buen gusto y estilo a una banda que merece atención. Funciona la conexión entre La Plata y Granada.

Poco a poco, el público fue entrando en calor y llenó los huecos vacíos de Planta Baja. Con el one-man-band francés Scimia la sala mutó en una sala de baile retrofuturista. El músico, escondido bajo una careta de mono, se sentó alrededor de su set de batería y trató de teletransportar a la gente a una frenética jungla disco y ‘chunda-chunda’. Quizás no fue la mejor hora para una actuación hedonista y machacona que hubiera conquistado la pista de baile de madrugada. A cambio, el mensaje que iba a calar enseguida fue cuajando: danzad, danzad malditos.

Faltan las estrellas absolutas de la noche. La apoteosis. El frenesí convertido en música. Cuando los siete miembros de Colectivo Da Silva salieron al escenario, una muchedumbre, la mayoría jóvenes veinteañeros, tomaron el mando y adelantaron sus posiciones varios metros más. Fue el preludio de la fiesta que pronto se desataría. En las primeras filas corearon todos los estribillos. Hacia la mitad del recinto la mayoría celebraba el pop libre y desenfadado de uno de los grupos granadinos de moda. La populosa formación ha sabido dar con la tecla de estos tiempos en los que hay barra libre y todo vale. Facturan melodías que se quedan clavados en el cerebro y hacen hits sencillos y pegadizos. Quizás su tema más festivalero (¿el mejor?) sigue siendo «Marina D’or», y ahí tuvo lugar el momentazo de la noche: Sergio, del Ruido Rosa, acompañó a los chicos del Colectivo y cantó la parte de “La discoteca a mis pies / en la pista te encontraré / vacaciones, ¡yeh!”.

 

Los Colectivo de 2023 se atreven con todo para ganar audiencia. Y visto el entusiasmo generalizado, estos magos del efectismo y el divertimento parece que han acertado con un cóctel que combina con los ingredientes más dispares. Son tantos los estilos y referencias que manejan en su música que uno puede quedar aturdido por un listado mareante. «Nos vemos luego» recuerda a un Kiko Veneno playero, «After» remite a Daft Punk mezclado con la Casa Azul, «Conoces a mi mamá» podría cantarla el gallego Carlangas o Mac DeMarco en inglés, versionan a la Zowie, se atreven a mezclar su pop todoterreno con ritmos reguetoneros, hay autotune, cumbia, asoman ecos pop ochentero… Ni en los estantes llenos de artículos de la Tombola Antojitos hay tanta variedad. Pero quizás ese sea el secreto de su éxito: esta generación cercana a los 30 años abofetea los prejuicios hasta el KO final. Se terminó el show y empezó a sonar por los bafles del Planta Baja el «1 + 1 son siete» de Fran Perea. La juventud enloqueció. El fervor, como en todas las pasiones, está más justificado en unas ocasiones que en otras.

Texto y fotos: Jon Pagola

 

 

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