Con Lapido ocurre algo curioso, como músico se ha labrado una carrera en solitario más duradera, veinticinco años, y realmente con mayor consistencia que la conseguida con 091, reconocida banda de ochentera reunida de nuevo, de la que es parte fundamental como compositor y letrista. Aún así y tras un recorrido sólido, de resistencia, en los que ha grabando enormes discos donde la canción con mayúsculas ha sido siempre la atemporal protagonista, sigue teniendo más aceptación cuando actúa con su valorable banda de juventud ahora que están de regreso.
Viene al hilo lo que muy acertadamente comentó Héctor García Barnés en su crónica publicada en esta misma web sobre el último concierto en Madrid de su renacida banda: Es posible (…) que a 091 le haya contagiado el mal del grupo retornado, esa sensación de estar repitiendo lo mismo una y otra vez, incapaces de salir de un bucle por mucho que incorporen nuevas canciones. A lo que el abajo firmante añade que es realmente el protagonista de esta crónica, Lapido, es quien está haciendo posible en actuaciones como la vivida, mantener y actualizar en solitario el legado de los ‘cero’… a base de años componiendo grandes canciones que nutren repertorios actualizados en sintonía con su extenso legado ‘personal’.
Así lo demostró esta noche en la que tocaba presentar nuevo disco, A primera sangre, el noveno. Una excelente ocasión para recuperar buena parte del amplio repertorio con el que reivindicarse modestamente, aunque no lo necesite, ni él ni sus seguidores que le respaldan y respetan. Más bien es el que esto escribe quien si necesita reivindicarle como uno de los compositores en castellano más inspirados actualmente, lo del talento bien de lejos.
Veinticinco canciones en casi dos horas y media de actuación, dieron para mucho con una primera parte dominada por los medios tiempos: «Antes de morir de pena», «No digas que no te avisé» o «Luz de ciudades en llamas» clásicos que le sientan como guante de latex a su mano izquierda (problemas de piel), sobre todo a su particular voz, perfecta para estas canciones aún cuando está bastante lejos del virtuosismo…más cerca de lo contrario.
Tramo intermedio con las canciones nuevas, de las que solo se dejó una. Composiciones de esencia melódica pop, que sonaron con enérgica vocación rockerera: celebrada «Curados de espanto» briosa «Uno y todo lo contrario» antecedía por una reivindicación de los presocráticos (buena metáfora sobre su carrera) o «Malos pensamientos» donde se desmarcó con un enorme y pantanoso blues de tendencia boogie
En el tramo final el granadino demostró que si hay que tirar de guitarreo rocoso no exento de melodia, él lo hace como nadie. Apoyado por su engrasada banda (llevan ya mucho juntos), sonaron potentes, con las guitarras sucias y enérgicas, pero a la vez nítidas, sin distorsión. Con los músicos aportando. La valiosa guitarra de Víctor Sánchez y los teclados de Raúl Bernal que han ganado mucho peso en la banda como se pudo ver y escuchar en esta noche redonda. Jacinto Ríos y Popi González aportaron la rotundidad rítmica necesaria para sostener el eléctrico torbellino final: «¡Cuidado!», «Cuando el ángel decida volver», «De espaldas a la realidad» o «El Dios de la luz eléctrica» canción que veinticinco años después sonó como nunca.
El doble bis siguió el mismo guión algún medio tiempos de nuevo en los que destaca su candencia meridional… y sobre todo, estallidos de rock de quilates: «Cuando por fin» o «La antesala del dolor» con la que se despidieron no sin antes ofrecen una emocionante versión desnuda de «En la escalera de incendios» únicamente con la voz de Lapido y el teclado de Bernal a la que se unieron el resto a los coros.
Texto: Antonio Cancho
Foto: Joe Herrero