Hemos pedido a nuestros redactores y redactoras que elijan un disco que para ellos haya sido especial de la mal llamada década 2010-2019 (sí, sabemos que lo correcto sería decenio). No hemos querido fustigarlos obligándolos a escoger su disco de la década, pero sí al menos uno de ellos y que nos lo reseñen. Semanalmente, durante todo este año que sí da fin a la década, iremos desgranando esos álbumes que componen para el staff de Ruta 66 la fotografía de diez años que ya son historia. Continuamos con esos discos. La primera fémina llega de la mano de Anabel Vélez.
Amanda Palmer – There Will Be No Intermission (2019)
Hay discos que marcan más allá de la música, además de por la música que contienen. Este es uno de ellos. El camino de Amanda Palmer esta década ha sido el de la perseverancia en el Do It Yourself. Desligándose de su discográfica, ha conseguido crear su propio camino a través del crowfunding, ahora ya financiando todos sus innumerables proyectos, relacionados con la música, a través de su Patreon. 15.000 personas, entre las que me incluyo, que la apoyan económicamente para que siga haciendo sus discos. Internet ha cambiado y ha ayudado a que los amantes de la música puedan tener un contacto diferente y directo con sus artistas favoritos. Gracias a ello, Amanda Palmer hace los discos que quiere y como quiere.
There Will Be No Intermission fue publicado en marzo de 2019, pero es la culminación de una década de trabajo enfocada a vivir de su arte sin que nadie le diga cómo hacerlo. Grabando a su ritmo, con los músicos que quiere, hablando y cantando de lo que le interesa, sin que nadie se meta en ello. También haciendo los vídeos que ella quiere sin que la discográfica le censure y le diga que “mejor cortemos esa parte en la que se le ve un poco de tripa”. Por este motivo acabó consiguiendo que su discográfica le diera la carta de libertad que ansiaba y que la compañía se negaba a darle, gracias a la campaña que se conoció como ReBellyon o la rebelión de la tripa.
Es este un disco duro y visceral, en él nos habla de dolor, de pérdida, de abortos provocados y naturales, de la muerte de su mejor amigo y algún miembro de su familia. Vamos, no está hablando de temas precisamente fáciles, pero lo hace una manera que logra conectar inmediatamente. Con este disco además, se ha embarcado en una gira con conciertos de 3 horas en los que mezclaba el spoken word con sus canciones, contando las historias de las mismas, de sus experiencias y qué le inspiró a escribirlas. Un show catártico (que tuve la suerte de ver en una de sus cuatro noches en Londres) en el que se sinceraba hasta el punto de la desnudez, sin prejuicios y sin tapujos. Haciéndonos reír y llorar a partes iguales. Una experiencia única. Como única es Amanda Palmer.
Ya en las primeras frases de “The Ride”, el tema que abre el disco, pone Amanda el dedo sobre la llaga, con maestría cuando canta: “Everyone’s too scared to open their eyes up but everyone’s too scared to close them”. En “Voice for Jill” por ejemplo le canta a una amiga que ha tomado la difícil decisión de abortar, intenta apoyarla de la mejor manera posible y habla por experiencia. Le deja un mensaje de voz en el teléfono que seguramente ella oirá antes de salir hacia la clínica. Es una pequeña historia oral, de esas que tan bien se le dan a Amanda Palmer y que creó estando en Irlanda cuando se votó la despenalización del aborto. Porque eso son al fin y al cabo sus canciones, hablan de su vida y sus vivencias pero las convierte en algo universal. Y lo mejor de todo es que son canciones redondas. Y no son la típica canción de 3 minutos, algunos de los temas duran 8 o 10 minutos, pero no importa. Uno de mis temas favoritos, podría escucharlo en bucle durante horas tranquilamente, es “Drowning in the Sound”. Para mí una obra maestra musical que habla de la locura de este mundo, ese en el que nos ahogamos, en su ruido molesto. Cada canción es una historia que merece ser contada y cantada, Amanda lo hace por nosotros.
78 minutos de confesiones íntimas y verdades dichas sin miedo. Ojalá todos los discos fueran tan sinceros como este. En este trabajo Amanda nos canta sobre sus miedos y sus dificultades como mujer, como madre, como artista en un mundo en el que ser mujer, madre y artista, no es precisamente fácil. Un disco en el que Palmer ha dado cada gota de su sangre, sudor y lágrimas. Se nota. Y se agradece. No le cuesta criticar cuando hace falta, sin pelos en la lengua: “And you’re marching for peace but you’re lynching the bitch that got up in your face” dice en “Drowing in the sound”, criticando así el bullying cibernético al que ha sido sometida diversas veces. Como os decía, sin pelos en la lengua. Y no os cuento más. Este disco es para escucharlo, para conocer sus historias, para disfrutar de ese piano que es el gran protagonista y la voz de Amanda Palmer. Escuchadla, no os arrepentiréis.
Anabel Vélez