Hemos pedido a nuestros redactores y redactoras que elijan un disco que para ellos haya sido especial de la mal llamada década 2010-2019 (sí, sabemos que lo correcto sería decenio). No hemos querido fustigarlos obligándolos a escoger su disco de la década, pero sí al menos uno de ellos y que nos lo reseñen. Semanalmente, durante todo este año que sí da fin a la década, iremos desgranando esos álbumes que componen para el staff de Ruta 66 la fotografía de diez años que ya son historia. Héctor G. Barnes recuerda a Gillian Welch.
Gillian Welch – The Harrow & The Harvest (2011)
“Hay un momento en el que todo lo viejo vuelve a ser nuevo”, cantaba Bob Dylan en «This Dream of You». Aunque, cómo no, matizaba la sentencia irónicamente —“pero ese momento puede haber pasado ya”—, era muy consciente de que su verso podría servir de libro de instrucciones para entender las reglas de su juego artístico. También el una de las pocas compositoras que han podido mirarle a los ojos en el siglo XXI, Gillian Welch (Nueva York, 1967). Ambos consiguen doblegar el inmisericorde tiempo a base de volver atrás en él, como si el aparente anacronismo de su música, proyectada a una nueva era, propiciase paradojas espacio-temporales en las que lo arcaico resulta vigente, cuando no futurista. Y en ningún momento Welch lo ha conseguido de manera tan lograda como en The Harrow & the Harvest (2011, Acony). Por ahora, su último trabajo.
Hay una particular mezcla de lugares comunes y notas discordantes en la biografía de Welch, en la que poco apunta al carácter rural y autárquico de su música. Hija de una estudiante universitaria novata producto, al parecer, de una noche loca con un músico de gira, fue adoptada por dos profesionales del show business que pronto se mudarían a Los Ángeles para escribir la música del programa de Carol Burnett. El mejor entorno para crecer si pretendes convertirte en músico algún día. “Mi padre podría haber sido Keith Richards o Bill Monroe. ¿A cuál de los dos me parezco?”, bromeaba Welch en una entrevista en ‘Paste Magazine’ en 2003.
Primero el folk que lleva de Woody Guthrie a Dylan, más tarde ritmos surf y tintes góticos durante sus primeros pinitos musicales. A principios de los años noventa, el Berklee College of Music en Boston, «la universidad privada más grande del mundo», donde conoció a su compañero David Rawlings, con quien comenzaría a probar suerte en el circuito de bares antes de ser descubiertos por T-Bone Burnette. Paso a paso: fantástico debut (Revival, 1996), no menos disfrutable continuación, Hell Among the Yearlings (1998), el feliz giro del destino de formar parte del elenco de la banda sonora de O Brother, Where Art Thou? y su consagración con Time (The Revelator) (2001). Cuando todo parecía listo para que Soul Journey (2003) la convirtiese en una pequeña estrella, larga pausa hasta 2011, con The Harrow & the Harvest, registrado en las cintas que Rawling y ella adquirieron a granel para evitar tener que recurrir al Pro Tools.
A simple vista, The Harrow & the Harvest es un bonito disco de canciones tradicionalistas, tan esenciales y contundentes que nadie diría que no son versiones de temas populares de los Apalaches. Una escucha más profunda lo convierte en un enigma. ¿Quién es la cantante, de dónde viene? ¿Quién es esa mujer que, sobre el fondo musical de una balada country, advierte sobre el lado oscuro de la mente en «Dark Turn of the Mind» (“nunca sabrás lo feliz que soy cuando el sol se pone / algunas chicas son tan brillantes como el sol de la mañana / y otras hemos sido bendecidas por un giro oscuro de la mente”)? ¿Y la que en «Tennessee» confiesa “aun así, intento ser una buena chica / pero son mis deseos los que me hacen débil”? Como en el caso de Dylan: ¿una impostura disfrazada o una sincera revelación?
The Harrow & the Harvest revisa desde una perspectiva femenina al varón devorado por el pecado (sexo, alcohol, odio) y asediado por un determinismo caso casi trágico. Welch no oculta sus inspiraciones. «Tennessee» parece a ratos «The House of the Rising Sun», pero su letra también bebe del alcoholizado protagonista de «Rye Whiskey» de Tex Ritter. La inicial «Scarlet Town» mantiene con «Barbara Allen» la misma relación que el«Man in the Long Black Coat» dylaniano respecto a «House Carpenter»: podrían verse como reescrituras desde otro punto de vista. Muchos hemos oído ya estos versos y estos acordes, pero nunca ordenados de esta manera. Cut & paste.
Palabras arcanas para tiempos modernos, pero también sonidos ancestrales para dilemas contemporáneos. Basta con escuchar los acordes iniciales de «Scarlet Town», el punteo suave y definido de la guitarra de Rawlings y el rasgueo de Welch, para apreciar la claridad con la que la pareja es capaz, a través de un minimalismo innegociable, de evocar paisajes físicos y emocionales, invocaciones de fantasmas que escapan del anquilosado respeto que suele limitar la música folk moderna. “Un río de whiskey fluye en Dixie, han retirado las vías y no puedo volver”, canta en la sospechosamente apacible «Down Along the Dixie Line», una oda de orgullo sureño que podría haberse cantado durante la guerra de secesión… o en el siglo XXII, tras un apocalipsis inesperado.
En «Hard Times», una de las piezas centrales del disco —publicado en plena resaca de la crisis económica de 2008—, ese campero que susurra al oído de la mula que cuida y que pronto será sustituida por un aparato mecánico bien podría ser el trabajador desarraigado del siglo XXI, pero Welch no necesita explicitarlo. El otro gran hito es «The Way That It Goes», una recopilación de dramas personales sobrevenidos al entorno de la propia cantante, desde esa Becky Johnson muerta con una jeringuilla en el brazo y enterrada en Kentucky, hasta Miranda, que se ve obligada a prostituirse en Los Ángeles para salir adelante mientras el resto de sus compañeras compra ropa para sus bebés. Como siempre (esa eternidad a la que siempre ha aspirado la música popular), el mundo puede ser despiadado y bello, terrible e irrenunciable. La siembra y la cosecha del título.
Entonces, otro silencio casi absoluto, ya más largo que el que separó Soul Journey de esta obra. Por mucho que cuando se le pregunte, Welch responda que han estado muy ocupados, la factoría Acony parece haber estado más centrada en los discos de Rawlings —el fantástico Nasville Obsolete (2015) y Poor David’s Almanack (2017)—, así como en la reedición en vinilo de sus primeros trabajos, que en dar continuidad a la obra de Welch, salvo por recuperaciones como Boots No. 1: The Official Revival Bootleg (2016). Una buena noticia. En 2018 la cantante reconocía que ya estaba trabajando en un nuevo proyecto que tarde o temprano escucharemos. Como con todo Gilian Welch, sonará como siempre, es decir, como nunca.
Héctor G. Barnés