Adelantamos un extracto de la jugosa entrevista que aparecerá en el número de mayo de Ruta 66 a propósito de la edición del box set «Una Vida en el Filo» que recoge el documental definitivo sobre la historia de uno de los artistas más provocadores que hemos tenido. Muy pronto en sus kioskos.
‘’Si das siempre la cara, al final te la parten’’, dice Antonio Resines en el documental biográfico del madrileño. En nuestra charla, saltamos sobre la polémica para ahondar en la persona. Que sigue ahí…
Me encuentro con Ramón Márquez (Madrid, 1955) en la tienda de instrumentos Leturiaga de la capital. Resulta que tenemos un conocido común que le debe un buen plato de migas en algún paraje de la Alcarria. Retira con cuidado una Telecaster de la butaca en la que se va a sentar. A partir de ahí nos queda tiempo para hablar de algunas cosas.
Eres un devoto confeso de la escena musical española de los sesenta. Prueba de ello es el disco The Cover Band (2009). En el imaginario colectivo nacional están muy presentes los ochenta pero a veces se olvidan los pioneros. ¿Lo ves así?
Se produce un error histórico tremendo. En cualquier cosa que sale en la tele parece que no ha pasado nada. Ahora hay un programa que se llama Ochéntame, salieron un momento Los Brincos, Los Canarios, por el archivo que les queda a Televisión Española, y de pronto se hace un vacío, aparecemos los que salimos a finales de los setenta y también se olvidan un poco del rock layetano. Parece que toda la escena musical española se produce en los ochenta. El olvido de Bravos, Brincos, Canarios, Pop Tops, Salvajes, Lone Star… es muy pernicioso. Se olvidan las fuentes de donde bebimos los de mi generación. Cuando empieza la Movida yo en el año 1983 tengo grabados cuatro discos. Hay un momento en que sale gente como Bloque, Asfalto, Ñu… en Barcelona Música Urbana o Sisa. Todos éramos devotos y estábamos pendientes de lo que hacían estos grupos hasta finales de los setenta. Creo que todo esto no es mal intencionado, es peor, es desidia de investigar y buscar.
Cuando uno piensa en los orígenes del punk en España vienen a la mente tu nombre o el de La Banda Trapera del Río. Un estilo que rompe con el habitual sonido progresivo de los setenta que se daba en España. ¿Cómo entras en contacto con esa veta punk?
Sinceramente, nos pasó a todos de manera espontánea. El hecho de que no éramos grandes instrumentistas y nos producía una cierta pereza [lo sinfónico] aunque todos escuchábamos Close to the Edge o Dark Side of the Moon. Era la época de Camel, de Nektar, bandas que íbamos a ver aunque eran muy sinfónicos. Pero en «Rock and Roll Duduá», que yo grabo en 1978, una frase dice “olvida lo sinfónico… baila, ven aquí”. Ocurrió de manera espontánea, yo no me rapé el pelo por un motivo en especial, es que estaba en la mili y cuando me veía en el espejo con el pelo corto y las gafas observaba una imagen mucho más fuerte. Nuestra sensación era de tener una pinta que no llevaban los demás y al saber tres acordes no podíamos componer una sinfonía al estilo de Yes. Pasó en el mundo casi a la vez, no nos fijamos en los Sex Pistols o Television.
En los últimos tiempos en los conciertos de salas se arrasa con los vinilos. ¿Existe una brecha importante entre el aficionado que siempre compra música y un público general que la concibe como algo meramente accesorio?
Sin duda. La industria apostó por el consumidor y se equivocó, se olvidó del aficionado. El negocio del disco dura algo más de un siglo. Cuando en los años setenta y ochenta vendías 17.000 discos tenías un éxito, a veces hacías un disco de oro y era la hostia. Pero la industria no te daba la espalda, venía rápidamente y te decía que había que hacer otro. Todo el mundo tenía discos casi cada año. Pero en algún momento alguien vendió medio millón de discos y les pareció que no se podía vender menos de eso porque era una gilipollez. Entonces se fijaron en el formato de usar y tirar, sin arte, que no se podía leer. La industria apuesta por el consumidor y se olvida del aficionado. Ahora quien puede salvar esto es el aficionado, porque vender 17.000 discos en este momento es casi imposible en el mundo del rock.
En el documental Una vida en el filo dices que “se ha acabado nuestro tiempo de contar historias”, refiriéndote a los referentes de una generación. ¿Cómo crees que serán las historias del futuro y en qué vías se van a desarrollar?
La gente joven que venga nueva tendrá que decidir si quieren ser cronistas de su tiempo y pringarse o simplemente ser frívolos. No todos los que hacían música entonces tienen calado. Cuando Springsteen se encuentra a la gente por la calle después del 11-S, él siempre cuenta que le piden que haga algo y saca The Rising. De pronto decide pringarse un poco más que nadie en el mundo y sigue por ese camino. Hay otra gente a la que le gusta divertir, todo será un reflejo del momento. Cada uno decide lo que quiere hacer, si quieres contar solamente historias de amor, desamor, chicas y coches está muy bien, pero también una de esas historias puede decir cosas. Yo no puedo remediarlo. Igual no es necesaria mi canción para reivindicar al colectivo feminista o a las chicas de la Puerta del Sol que están en huelga de hambre cuando dicen “nos están matando y todo el mundo mira para otro lado”. Pero cuando en el año 1984 presento «La Chica de la Puerta 16», quién me iba a decir que en el 2017 tendría que hacer la introducción de la canción contando lo que ha estado pasando en Sol este último mes.
Texto: Alex Jiménez