Hay conciertos que intuyes ya de primeras que van a ser una especie de catarsis, más que una pura experiencia sónica. Suelen involucrar a artistas que cuentan más que cantan, y eso que cantar también cantan lo suyo. Tanto Syd como Peter han vivido suficientes situaciones hilarantes, dramáticas, épicas o surrealistas para llenar un especial de comedia. Aunque eso no es lo suyo, no desentonarían es absoluto con un micrófono en la mano y limitándose a contar historias. La guinda en el pastel es cuando además lo ilustran con canciones.
Syd abrió el show con “Looking For Lewis and Clark”, de su ya legendaria banda The Long Ryders, al banjo, desafinando como una burra en celo y sabiendo que todo cristo conocía ese tema. Ya desde ese momento, se estableció que las tablas eran sólidas. Hizo cantar a la audiencia y no tardó en admitir que tenía un catarro del copón. A partir de ahí, con las historias con las que nos obsequió y con su sincero empeño en empatar, ante todo, ¿qué más daba que tuviera un trancazo descomunal y no pudiera llegar a las notas? Nos estaba dando humanidad, que es precisamente de lo que adolecen muchos conciertos. No estábamos ahí para un mero intercambio sonoro. Esto era algo más. Era un: “subid a mi coche, que os voy a llevar a dar una vuelta mientras os agasajo con pequeñas postales de mi existencia tomadas desde el fondo de mi alma”.
Para el que escribe, esto es un auténtico privilegio. El que no puedan afinar a la perfección con la voz o se atranquen un pelín con su instrumento es un mal menor cuando te están obsequiando con todo lo anteriormente mencionado. Para que nos impacten con ejercicios de estilo sónicamente perfectos tenemos ya muuuuuuchos artistas que le dan a esto absoluta prioridad, sin embargo, casi ninguno de estos compone un tema titulado “quiero ser el hombre que mi perro cree que soy”. Este tipo de shows son los que te dan ese plus de sentir que has presenciado algo único. Syd le puso la alfombra roja a Peter con gran elegancia y humildad, como si él solo estuviera allí como mero apoyo. Evidentemente ese papel le queda pequeño, pero se agradece que dejen los egos en la puerta de la calle y brille el respeto y la admiración. Para el bis que el público le pidió a grito limpio, improvisó un tema, música y letra, en el que mencionó a Steve, el organizador, fundador y jefe supremo de What’s Cookin’ y a Peter. Lo dicho, un privilegio, esto solo lo ves si estás allí esa noche en particular.
Ya ha llovido desde que David Geffen vio a Peter Case al frente de The Plimsouls a principios de los 80 en un club de Los Angeles y salió de allí convencido de que había visto al siguiente John Lennon. Un par de años después los ficho para su sello y le dijo a Peter: “Vamos a vender millones de copias”. No volvieron a hablar hasta muchos meses después, cuando ya era evidente que su álbum de 1983, Everywhere at Once, había fracasado estrepitosamente. Lo primero que le dijo Geffen fue: “Peter, ¿qué ha pasado?”. La respuesta fue fulminante: “No lo sé, dímelo tú que para algo eres David Geffen”.
Hace mucho que Peter va en solitario. Hace mucho también que cambió el furioso rock’n’roll deudor de lo más granado de la escena británica de mediados de los sesenta por un folk/blues mucho más centrado en contar historias y en el virtuosismo que posee tocando la guitarra acústica y el piano. Huelga decir que como cantante y compositor es sobresaliente también. Un repoker de ases, resumiendo. Ver esto en un pequeño club de Londres es un regalo del cielo. Siguiendo con la tónica que ya había marcado Syd, nos regaló historias de todo pelaje. Nos contó su encuentro surrealista con Jerry Lee Lewis en los Grammy y cómo le habían detenido en todos los estados en los que había vivido confundiéndolo con otra persona. En una de esas ocasiones el policía de turno, explicándole el motivo de su detención, le dijo: “alguien le ha contado la verdad a alguien”, inspirándole para componer la canción con la que cerró su set, “Somebody Told The Truth”. Para despedirse con un muy solicitado bis, Peter invitó a Syd al escenario para tocar “Travellin’ Light” y luego se mezclaron ambos entre el público mientras cantaban “Beyond The Blues”, con Syd subiéndose por las mesas mientras tocaba su mandolina y se jugaba darse una buena hostia.
Qué maravilla de concierto. No puedo evitar que me vengan las palabras que T. Bone Burnett le dijo a Peter hace muchos años, refiriéndose a lo poco que se ha promocionado y expuesto: “Pintas estas preciosidades y luego las cuelgas en tu patio interior trasero”. Pues sí. Es un placer ver algo así en un pequeño garito y lo último que querría uno es que esto fuera pasto de las masas (lo cual por otro lado es imposible con artistas así de personales e incorruptibles), pero uno desearía que tuvieran más reconocimiento, más público y más comodidad en sus viajes y alojamientos…aunque quizá lo esté yo pensando más que ellos, por lo que dejaremos de marear la perdiz y nos concentraremos en disfrutar de su precioso legado.
Texto y fotos: Javier H. Ayensa