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Shane MacGowan, la leyenda del santo bebedor

Da igual que la salud de Shane MacGowan llevara tanto tiempo en la cuerda floja —y con ello, la expresión de sus talentos—; mientras todavía estaba entre nosotros, este planeta era mejor. Vivíamos coetáneos de un personaje fascinante: culto e inteligente, excesivo y polémico, ingenioso y contradictorio. Irlanda le debe lo que no está escrito. Y el resto del mundo, otro tanto.

(MÁS QUE) AMOR A PRIMERA VISTA
Otoño de 1988. Les Corts, Barcelona. Un pardillo anda escuchando rock a todas horas, buscando asueto entre las aburridas lecciones de COU en Maristas, cuando un compañero de otra clase le pasa un vinilo bajo mano, acompañándolo del clásico mantra entre camellos: “Esto te va a molar”. De vuelta en casa, cae la aguja y algo —un resorte hasta entonces inactivo en alguna parte de mi cerebro— hace clic: “If I should fall from grace with God / Where no doctor can relieve me / If I’m buried ‘neath the sod / But the angels won’t receive me…”.

Nunca antes, ni tampoco después, un sonido y una voz me atraparían de ese modo. En una especie de trance, con un continuo escalofrío en la espalda, di la vuelta al vinilo y hasta que no sonó la última nota de «Worms», fui incapaz de moverme. Trataba de asimilar aquello, de entenderlo; de averiguar por qué sentía ganas de reír, de llorar, de gritar, de bailar, de abrazarme a quien fuera y de asaltar el mueble bar del salón. Fue más que amor a simple vista. Fue una rendición absoluta, el nacimiento de una pleitesía que, supe de inmediato, me acompañaría de por vida.

Había en If I Should Fall from Grace with God tal cúmulo de emociones, que tardé semanas en aprehender todos sus matices, todo su significado. La festiva premura del tema homónimo, «Bottle of Smoke» o «Sit Down by the Fire»; el descarrilado exotismo de «Turkish Song of the Damned» o «Fiesta»; la denuncia política en «Streets of Sorrow/Birmingham Six», la odisea migrante en «Thousands Are Sailing» o ese magistral dueto con Kirsty MacColl a ritmo de vals, titulado «Fairytale of New York», todo tocaba la fibra de un modo singular. De aquel disco salían paisajes en verde esmeralda y callejones en noches de perros, muelles en brumas, broncas navideñas y apuestas en las carreras. De cada surco, rondas de whisky y cerveza derramada sobre serrín.
Sacando pasta de debajo de las piedras, no tardé en agenciarme sus dos discos precedentes y, de ese modo, hacerme una mejor composición de lugar.

Tanto Red Roses for Me (1984) como Rum Sodomy & The Lash (1985), ofrecían una génesis y una evolución tan lógicas como iconoclastas. Nadie hasta entonces, absolutamente nadie, había hecho con la tradición musical y el imaginario popular irlandés, lo que aquella panda se había atrevido a pergeñar. Queriendo saber más sobre ellos y muy especialmente sobre ese tipo desdentado, orejudo y a todas luces dipsómano que les comandaba y firmaba buena parte del material —y sin el actual acceso a información online—, empecé a recopilar artículos y recortes de aquí y allá con la intención de responder a una pregunta básica: ¿de dónde coño había salido ese tal Shane Mac Gowan?

LA PIEDRA FILOSOFAL
El material que, con cuentagotas, iba cayendo en mis manos, empezó a dibujar los primeros esbozos. Lo primero fue enterarme de que Shane Patrick Lysaght MacGowan no había nacido en Irlanda —tócate las narices— sino en 1957 en la pequeña localidad de Pembury, en el condado de Kent, en el sudeste de Inglaterra. De padres irlandeses, eso sí, y de parto imprevisto mientras visitaban a unos familiares en la pérfida Albión. Lo segundo fue saber de su infancia en el hogar familiar de Tipperary, una de esas casas atestadas de parientes en las que se conjugaba el trabajo y la vida rurales con la música y las canciones tradicionales; bastaba la mínima excusa para que el tío tal o la prima cual cogieran un instrumento y la velada transcurriera entre canciones y alcohol. Y aunque a los seis años sus padres tuvieron que ir a buscarse la vida a Inglaterra, Shane se llevaría aquellas melodías con él. Con un talento innato para la literatura, pasaría su primera juventud dando muestras de ello tanto como de un carácter rebelde y disoluto, acrecentado por la sensación de desarraigo. Cada verano, en cuanto podía, liaba el petate y regresaba a Tipperary.

Pero por más en casa que se sintiera allí, donde realmente se cocía la acción era en Londres. Y traspasado el ecuador de los setenta, el joven Shane —como tantos otros— iba a encontrar en el vendaval punk un vehículo a través del cual instrumentalizar lo que le bullía en la sesera. Formaría alguna que otra banda —The Nipple Erectors, la más conocida—, editaría un fanzine —en el que firmaba como Shane O’Hooligan— y no se perdería uno solo de aquellos históricos bolos del primer punk. De ahí, el salto a Pogue Mahone y The Pogues; al contubernio con Spider Stacy, Jem Finer, James Fearnley, Cait O’Riordan y todos los demás. Músicos que sin Shane nunca hubieran alcanzado las cotas a las que llegaron, pero sin los cuales él tampoco habría podido expresarse del modo en que lo hizo, no al menos en toda su amplitud. Una simbiosis en la que ambas partes salieron sin duda beneficiadas.

El retrato iba cogiendo forma. Lo que de esos tres discos surgía por mis altavoces, cada vez tenía más lógica: la emoción inherente a la música popular irlandesa, la urgencia y la inmediatez del punk y unos versos de un nivel literario muy por encima de la media, todo ello regado con hectolitros de alcohol. Aquella era la mezcla filosofal. Y Shane, el maestro alquimista.

PAZ, AMOR Y BATALLITAS
Absolutamente rendido a aquellos tres primeros elepés, el final de la década me vio recibiendo Peace and Love (1989) y Hell’s Ditch (1990), sus dos últimos trabajos, con una mezcla de expectación, alegría y estupor. La adición de colores a su paleta estilística —y la mayor cesión del lápiz y el papel a otros miembros de la banda— dio paso a unos sones hasta entonces inéditos, que iban desde el sonido sixties al rock de corte más clásico, del flirteo con el jazz a los toques de calipso. Habría quien torciera el morro, eso dicen, pero yo seguía encantado.

En realidad, si alguien te regala canciones tan enormes como «Lorelei», «Misty Morning Albert Bridge», «White City», «Sunny Side of the Street», «Sayonara» o «Summer in Siam», entre varias otras, y tu reacción es desdeñarlas, o estás sordo como una tapia o eres un perfecto cretino.
Pero más allá de eso, lo que me trajo la nueva década fue la peor noticia posible. La proverbial afición de Shane al alpiste, combinada con otras hierbas, había alcanzado máximos históricos. En consecuencia, el resto de la banda —que tampoco es que fueran abstemios angelitos—, incapaces de seguir adelante con un líder tan errático e imprevisible, partieron peras. El momento concreto, según cuentan las crónicas, ocurrió en Japón, durante un trayecto en tren en el que Shane —hasta las cejas de sake— se cayó del vagón y quedó inconsciente. Seguirían adelante los muchachos un tiempo, pero con el debido respeto, sobre esa etapa —y sobre los dos discos que editaron sin Shane— correremos un tupido velo.

El resto de los noventa me traería alguna que otra alegría al respecto, eso sí. Primero, con un viaje a París del que me traje un VHS, titulado Poguevision, que recopilaba prácticamente todos sus videos. A pesar del detalle de tener que verlo en blanco y negro —no había contado con la diferencia de sistemas según el país—, le metí tal cera a aquel cartucho que acabó casi chamuscado. Volver de madrugada de algún bolo en mi ciudad, ligeramente (ejem) intoxicado, y sentarme a ver esos videos una y otra vez, se convirtió en un ritual durante mucho tiempo: Shane y Jem en bañador, tomando el sol entre escombros en «Streams of Whiskey», el ebrio y circense bullicio en «Fiesta» —dirigido por Adrian Edmonson y con partes grabadas en la azotea de la Casa Batlló de Gaudí, en Barcelona—, el compadreo con los Dubliners en la cachonda y futbolera «Jack’s Heroes»… pero sobre todo había dos momentos —inéditos para mi hasta entonces— a los que recurría una y otra vez: el curradísimo video de «Miss Otis Regrets/Just One of Those Things», versiones de Cole Porter dirigidas por Neil Jordan, y el de «A Rainy Night in Soho» —no sería hasta un tiempo después cuando me haría con el EP Poguetry in Motion—, una de las cimas de Shane que pasó a convertirse, a su vez, en una de mis favoritas. Pero divago en batallitas, me temo. Disculpen.

La segunda alegría llegaría con la nueva aventura de Shane junto a The Popes, con los que pariría un disco más que notable. En The Snake (1994), sin duda se echa en falta a la orquesta de lunáticos de siempre, pero hay las suficientes buenas canciones para, con ellas y la voz de Shane, paliar el mono ni que fuera como placebo. La segunda entrega en 1997, Crock of Gold, ya resultó más anecdótica. The Popes no parecía un proyecto a largo plazo, y no lo fue.

REGRESO Y SEGUNDA DESPEDIDA
Finalmente, lo que los fans llevábamos diez años esperando, ocurrió: The Pogues, con Shane al frente, se reunían. Con un perfil bajo de momento, anunciando tan solo una gira navideña en 2001, pero suficiente para que todos nos apresuráramos a hacer acopio de Guinness y Macallan. Diversas fechas aquí y allá, noticias y dientes largos, hasta que llegó el bombazo. El Azkena Rock Festival, en su edición de 2005, nos los traía el sábado como cabezas de cartel. Aquella era la ocasión que esperábamos todos aquellos que, por hache o por be, todavía no habíamos podido verlos en directo. Como necesitaría varias páginas más para expresar todas las sensaciones de aquella noche, dejémoslo en que fue, tal vez, el mejor ajuste de cuentas posible con mis asignaturas musicales pendientes. Y sí, lo vimos —yo y mis acompañantes— borrachos, y bailamos y cantamos y por supuesto, lloré un poco. Solo un poco.
Sería la primera y —aunque entonces no lo supiéramos— la última vez que pude tener delante de mi a esa caterva de julandrones, a esos músicos capaces de patearte el culo y fundirte el alma al mismo tiempo. La primera y última vez que pude ver a Shane frente a mí, en toda su ebria, apasionante y conmovedora presencia.

La posibilidad de grabar nuevo material estaba ahí; de hecho, era más o menos público que Shane había estado escribiendo, pero nada nuevo cuajaría al final. ¿Nada? Bueno, tal vez la banda no se encerrara en el estudio, pero al menos sí nos recompensó con la mejor boxset de la Historia: Just Look Them Straight in the Eye and Say… POGUE MAHONE!!, editada en 2008, es el sueño húmedo de cualquier fan de cualquier artista; cinco CDs repletos de inéditos, tomas alternativas, directos, caras B… justo lo que uno necesita cuando la discografía de una de sus bandas favoritas no destaca por ser excesivamente numerosa. Más madera.

El año 2015 trajo una noticia tan estrambótica como carcajeante: tras haber perdido la última pieza de su catastrófica dentadura siete años atrás, Shane por fin se colocó una nueva y flamante piñata —incluido un diente de oro— asegurada por implantes de titanio, en una operación de más de nueve horas que fue sujeto de un documental televisivo titulado Shane MacGowan: A Wreck Reborn.

Respecto a The Pogues, la banda seguiría oficialmente activa hasta 2016, pese a que su última actuación oficial había sido en agosto de 2014, en un festival en la Bretaña francesa. A partir de entonces, Shane fue apareciendo esporádicamente aquí y allá, pero su salud iba empeorando progresivamente. De hecho, en 2015 se partió la pelvis tras una caída, y desde entonces rara vez se le veía sin silla de ruedas.

A SHANE MACGOWAN NUNCA LE LLAMARON GILIPOLLAS
Algo así decía Jonathan Richman de Pablo Picasso, aseveración que aplica perfectamente en el caso de nuestro querido tarambana. Shane fue desde siempre un bebedor impenitente y un fumador empedernido, amén de probar casi todos los otros platos del menú, jaco incluido, y su conducta —extensible muchas veces al resto de Pogues— en mil ocasiones podría calificarse de todo menos de decorosa. Pero, aun así, era querido y apreciado desde prácticamente cualquier sector. Es más fácil que alguien te diga que una vez lo vio sobrio, que oír hablar mal de él. Pudiera tal vez ser un crápula y un bala perdida, pero era tanto su talento, tan franco su carácter y tan magnética su personalidad, que prácticamente todo quisqui —fans, medios, gente del mundillo y colegas del más variado pelaje— le consideraron no solo un genio, sino un amigo.

La lista de admiradores y/o colaboradores de Shane a lo largo de su carrera es incalculable en cantidad, como también en calidad: Joe Strummer, Nick Cave, Tom Waits, Johnny Depp, Steve Earle, Imelda May, Matt Dillon, Bono, Sinead O’Connor, Jesse Malin, Bruce Springsteen… ¡hasta Roberto Bolaño citó una vez a los Pogues como una de sus bandas preferidas!

Varios de los nombrados, y muchos otros, estuvieron presentes el 25 de diciembre de 2018 para celebrar el sesenta cumpleaños de Shane. En un concierto celebrado en el National Concert Hall de Dublín, nuestro hombre recibió el cariño y el homenaje tanto del público como de sus colegas, llegando a recibir un galardón de manos del presidente de Irlanda, Michael D. Higgins. Pocos reconocimientos más merecidos.

En fin, va siendo hora de terminar. Quede este artículo, quizás un tanto inconexo, posiblemente demasiado personal —en parte inspirado por los recuerdos, en parte por la malta y el lúpulo— como un simple y humilde homenaje a alguien que dejó una impronta imborrable, tanto en la historia musical y literaria de los últimos cuarenta años, como en el corazón, la memoria y el hígado de miles y miles de fans a lo largo y ancho del planeta. So long, Shane!

…………

EL ESCRITOR LEÍDO
El cancionero legado por Shane, al que sin ambages podemos calificar de poemario, es tan rico en logros propios como en citas y guiños literarios. Como ávido lector que fue, se divirtió insertando en las letras de sus canciones una serie de referencias culturales —algunas obvias, otras más subrepticias— que apuntan tanto a los grandes nombres de la prosa irlandesa, como a autores ajenos a ella. Rindámosle también homenaje en ese sentido, recordando algunas de ellas.

En «Transmetropolitan», cuando canta: “From Surrey Docks to Somers Town / With a KMRIA”, ese acrónimo se traduce por “Kiss My Royal Irish Arse”, una frase que ya aparece —palabra por palabra— en el capítulo siete de la segunda parte del Ulysses de Joyce. Por otro lado, y en el mismo Red Roses for Me —título, por cierto, tomado de una obra de teatro escrita por Sean O’Casey en 1943—, los versos que abren «Streams of Whiskey» (“Last night as I slept / I dreamt I met with Behan”) así como la versión de «The Auld Triangle», apuntan directamente a Brendan Behan, referencia de primer orden en el estilo de Shane.

«The Sick Bed of Cúchulainn», el tema que abría Rum Sodomy & The Lash —a su vez una frase sobre la tradición naval británica, atribuida a Churchill— remite de forma directa a la mitología irlandesa. Cúchulainn es la figura central del llamado Ciclo del Ulster, una serie de poemas que vendrían a significar el equivalente irlandés a las leyendas artúricas. Uno de los poemas del ciclo es «Serglige Con Culaind» —también conocido como «Oenét Emire»—, cuya traducción al inglés conforma el título de la canción.

Cuenta la leyenda que, en cierta ocasión en los albores de la banda, un fan le preguntó si conocía «Turkey Song», de The Damned, regalándole sin saberlo —con una ligera variación— el título de uno de sus mejores temas. Una canción que no esconde su inspiración en el famoso «Rime of the Ancient Mariner» de Coleridge, no solo imitando la métrica y el ritmo, sino reinterpretando varios versos del original: “I looked upon the rotting sea / And drew my eyes away / I looked upon the rotting deck / And there the dead men lay”. Más que evidente, ¿no creen?

La pachanga definitiva que es «Fiesta», tampoco quedó exenta de guiño poético. Berreada en un spanglish de manual, de entre sus múltiples referencias a la feria de Almería y a la reciente unión entre Cait O’Riordan y Elvis Costello, sobresale la estrofa: “El veinticinco de agosto / Abrió sus ojos Jaime Fearnley / Para el bebe cinquante cincampari / Y se tendió para cerrarlos”. Prácticamente un calco del «Romance del Emplazado», de Lorca, incluido en su Romancero Gitano: “El veinticinco de junio / abrió sus ojos Amargo / y el veinticinco de agosto / se tendió para cerrarlos”. Y es que el de Fuente Vaqueros siempre fue uno de los poetas preferidos de Shane, llegando a dedicarle un tema entero, «Lorca’s Novena», en Hell’s Ditch.

Maldito donde los haya, el autor y dramaturgo Jean Génet protagonizó «Hell’s Ditch», la canción que dio título al último álbum de Shane con los Pogues. En los versos de la canción contrastan ciertas veladas referencias a algunas de sus obras (Nuestra Señora de las Flores, El milagro de la rosa) con otras mucho más explícitas: “Genet’s feeling Ramon’s dick / The guy in the bunk above gets sick (…) Black dildo, black hell / As the Spanish cops ridiculed my gel”. Una combinación de belleza y sordidez muy característica en la escritura de Shane.

Aunque menores en su discografía, los dos discos con The Popes contienen muy buenos momentos en lo musical, y no menos referencias en lo literario. En The Snake, el primero de ellos, el tema «Aisling» se refiere a una especie de personaje que aparece en muchos poemas irlandeses del siglo XVIII, mientras que las líneas “James Mangan brought me comfort / With laudanum and poitín”, en «The Snake with Eyes of Garnet», son una alusión directa al gran escritor irlandés James Clarence Mangan. El segundo elepé, Crock of Gold, toma su título de una novela de otro autor irlandés, James Stephens, y le pide prestado igualmente el título a una colección de relatos de Samuel Beckett para la canción «More Pricks than Kicks».

Texto: Eloy Pérez

6 Comentarios

  1. Me ha gustado mucho tu articulo Eloy.

    Estoy de acuerdo con cada una de tus palabras, yo también soy un apasionado seguidor de los Pogues y como te pasó a ti, les descubrí gracias al If I Should Fall from Grace with God, y de ahí, fui buscando sus anteriores discos…

    También tuve la suerte de verles en el Azkena del 2005 y poco después (2007) en la Aste Nagusia de Bilbao, donde tocaron en sustitución de Chayanne (jajajajaaa). También fue la ultima vez que vi a Philip Chevron.

    Recuerdo con nostalgia, en comienzo del concierto del Azkena, cómo sonaba de fondo Straight to Hell, de los Clash, por el reciente fallecimiento de Joe Strummer. Aún se me pone la piel de gallina, cada vez que la oigo…

    Quiero recomendarte, si no lo has hecho aún, la lectura del libro: «UNA FURIOSA DEVOCIÓN» que salió el año pasado y fue mi ultima lectura sobre Shane MacGowan.

    Gracias por siempre a Shane, por su legado. Creo que no volverá a haber nadie como él. Y por supuesto, a ti por recordarlo.

  2. Buenísimo, gracias por esto! Lo más personal es al final lo más común y compartido!

    Existe algún libro con las letras de los Pogues/Shane traducidas? Sé que en inglés hay un libro sobre la «poguetry» de Shane, con todas las referencias ocultas en las letras…

    Gracias de antemano!

  3. He visto a los Pogues en Granada, Londres, Vitoria y Glasgow.
    Grande Shane, no pases sed allá donde estés!

  4. Alvar Giner Guix

    A mí me pasó exactamente lo mismo! Y tuve que ir a London a verlos en directo o reventaba. Sin duda, mi banda favorita

  5. Lola BUSQUETS POVEDA

    Me ha encantado tu artículo, haces una descripción del personaje y su obra magnífica. Enhorabuena.

  6. Muy bueno el artículo. Mi experiencia con los Pogues bastante parecido. Para los más cafereros aquí os dejo mi colección de rarezas pogues: https://open.spotify.com/playlist/3X7PWGZsw9V3dIOFjDM2cI?si=O38BUMzEQ_KM5CE4tgcukQ&pi=e-46Ww-z_IT1qG

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