Hay algo de tremendamente injusto en la carrera de Simon Bonney. Y no solo por haber sido olvidado como figura fundamental en el Melbourne de finales de los setenta, sino por haber facturado -ya en Europa y al frente de la banda que nos ocupa- algunos de los mejores discos de la segunda mitad de los ochenta. Room of Lights (1986), Shine (1988) o The Bride Ship (1989) son auténticas joyas, discos que deberían ser ley en las discotecas de cualquier fan de los Bad Seeds, por ejemplo. Por alguna razón que nunca he alcanzado a comprender, de la legión que componen estos últimos, solo unos pocos se aventuraron a disfrutar de la música de Bonney, incluso y pese a contar en sus filas con Mick Harvey y Rowland S. Howard tras la implosión de la Birthday Party.
Disueltos a principios de los noventa, resucitaron en 2011 y nos regalaron American Twilight en 2013, una notable adenda a su obra. Una coda que parecía definitiva hasta que justo ahora, diez años después, regresan con este The Killer, un álbum en el que aparecen de nuevo todas sus virtudes: lo oscuro y lo elegíaco, lo gótico y lo épico repican aquí en tanta medida como en sus clásicos, todo ello envuelto en ese halo cinematográfico que siempre les ha sobrevolado. Desde la inicial «River of Blood», con piano y violín característicos, hasta el final con las melancólicas «Witness» y «Peace In My Time», los elementos están todos ahí. Salpicados con ciertas -y sutiles -texturas y ritmos electrónicos («Hurt You, Hurt me», «River of God»), y con singles embozados en engañosos ropajes («Brave Hearted Woman») hasta llegar a esa siniestra «Killer», casi nueve minutos mayormente en recitado en los que Bonney parece hablar en nombre del planeta cuando repite “please don’t kill me I feel your pain”. Tal vez no la mejor canción del álbum, pero sin duda la que determina su carácter y su razón de ser.
Resulta difícil predecir qué camino seguirán a partir de este momento; cabe desear que se presten a presentar el nuevo trabajo en directo y rezar para que algunas fechas recalen por aquí cerca, pero siendo tan imprevisibles, todo puede ocurrir. Tanto que los podamos ver en cuatro días, como que vuelvan a desaparecer del mapa durante varios años. Aunque si los emplean para grabar nuevas canciones al nivel de estas, bien empleados estarán.
Eloy Pérez