La última ocasión que se me presentó de ver a Jon Spencer fue precisamente en la sala Bikini con la Blues Explosion; ocasión que se me arrebató vilmente, de la forma más cruel e inhumana posible, a través de un folio DIN A4 pegado a la puerta de la sala minutos antes del horario previsto para la apertura de puertas. El concierto se había suspendido por causas mayores. Al parecer, Jon Spencer había enfermado tras su última actuación en Bilbao, apenas una noche antes. Curioso el destino, que me brindó –a mí o a él, según se mire– la oportunidad de resarcirme con otra actuación del reverendo en la misma Bikini, ahora escudado por su nueva formación: los Hitmakers.
Por Hitmakers se entiende algo así como hacedores de hits. No podría estar más de acuerdo. Aunque podrían haberse valido de cualquier otro nombre, como the Arsonists («los Incendiarios»), the Stage-busters («los Revienta-escenarios») o directamente the Ass-busters («los Revienta-ojetes»). Fuera como fuese, los nombrados Hitmakers logran trasladar al vivo todo lo aprendido en Spencer Gets It Lit. Y vaya si le prenden fuego… Acompañado de Sam Coomes al sintetizador, las teclas y voces, M. Sord a la batería (en sustitución de la ex-Sleater-Kinney, Janet Weiss) y Bob Bert a los cubos de basura y demás metales de chatarrería (¿?), Jon Spencer se transforma en el predicador espacial, anti-sistema y anti-todo, dispuesto a propagar la palabra de su mundo tan personal cargado de guitarra fuzz. Recorre su nuevo álbum, desde la pegadiza «Junk Man» a «Death Ray» pasando por «Get It Right Now», y suda la camisa y los rostros de las primeras filas con cada sacudida de su cabellera. Se comunica con la mirada con su banda, pues con pocas palabras les basta para sonar sólidos y compactos como si llevaran un carrerón de treinta años a sus espaldas. Pero, sobre todo, hace partícipe al público del espectáculo; lo tenía fácil pues se podía palpar que allí estábamos adeptos y seguidores de la trayectoria de este particular hombre, todos ansiosos por deleitarnos de su creatividad psycho-country-funk-punk. Ahí es nada.
Después de una hora de recital, se despiden retirándose del escenario para regresar de inmediato sin apenas dejar tiempo a vítores cual plaza pidiendo más y más. Es entonces cuando atestiguamos al apasionado personaje que hay detrás de este líder nato sin igual, quien solo podemos comparar –nada más que por momentos– con Ian Svenonius en sus mejores tiempos. Jon Spencer se lanza sin parar a cubrir todo el tiempo de actuación permitido con una última abrasadora descarga. Se acuerda de Pussy Galore y por supuesto de la Blues Explosion y sus «Bellbottoms». Se precipita en un último derroche de energía non-stop para detenerse tan sólo cuando la organización y el alto mando de la sala le encienden las luces invitándole a terminar. Spencer y los suyos se apresuran, y con una sonrisa cómplice y una traviesa mueca, se retiran dejándonos como estaba destinado a suceder: saciados, y aun así con ganas de más.
Texto: Borja Figuerola
Fotos: Fernando Ramírez