Con la cálida y grave voz de locutor de radio de Mikael Akerfeldt y sus ocurrentes chistes escénicos, por un momento no puedo evitar recordar al gran Marcos Mundstock de Les Luthiers. Tipos inteligentes, excelsos instrumentistas en ambos grupos, pero cualquier paralelismo ligero acaba aquí. Opeth son una proposición erudita, muy seria. Presentando el último In Cauda Venenum (cayeron tres canciones en su versión sueca: «Svekets Prins», «Hjärtat Vet Vad Handen Gör» y la monumental «Allting Tar Slut») en el marco de la gira que celebra los 30 años de la banda, lo de suecos es la sublimación progresiva definitiva del metal extremo. Akerfeldt se justifica al introducir las composiciones más metálicas del repertorio («The Leper Affinity», «The Lotus Eater»), pero es de este lugar donde proceden musicalmente. Los más inteligentes del death metal escandinavo, Opeth se dieron cuenta de las limitaciones genéricas antes que nadie, y en una de las más brillantes transiciones estilísticas que se recuerden, se convieron un formidable grupo de rock progresivo.
Ecos de Pink Floyd, de King Crimson y Van der Graf Generator reverberan de forma sutil en el sonido Opeth, establecido en monolitos como «Hope Leaves» del definitorio Damnation de 2003, que en la noche polaca sonó de forma prístina. Con su imagen de trovador de los 70’s, Mikael Akerfeldt se muestra como un vocalista consumado, catalizando los gruñidos guturales simplemente como un recurso, un personaje más de cada canción. Las armonías vocales del teclista Joakim Svalberg son dan color y profundidad, pero los cimientos de todo esto son las líneas de bajo de Martín Mendez, una roca en estado zen. Bises épicos, con el headbanging progresivo de la percusiva «Sorceress»; y «Deliverance», que con sus más de 13 minutos deja una última imagen de inhumana suficiencia marcial. Irresistible veneno progresivo para los conciertos de Noviembre en España.
Texto: Daniel Renna
Foto: Michal Najdzik, courtesy of Sztumix.pl
