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Mudhoney (+ Los Chicos) – La Paqui (Madrid)

Foto: Salomé Sagüillo

 

Sin disco nuevo desde hace cuatro años, y en un domingo de eventos deportivos locales (el derby liguero) e internacionales (la final del Eurobaket) no fueron obstáculo para que la sala presentara un muy buen ambiente. Pesó más el tiempo que hacía que no actuaban en Madrid (en torno a una década). Sorprendió ver a bastantes jóvenes… el revival noventero funciona (aunque Mark Amm y los suyos nunca han abandonado) y los hijos de la juventud sónica animaron y agitaron con sus pogos al resto. Algunos quisieron estar a la altura y sufrieron. El espíritu dice y el cuerpo contradice ¡cosas de la edad!

Con bastante gente ya en la sala abrieron temprano aún Los Chicos que aún de calimochera resaca dominical y en algo más de media hora, enlazaron unas cuantas canciones de las recopilados en 20 Years Of Shakin’ Fat & Launching Shit By Medical Prescription’  con el que celebran aniversario. No faltó el habitual espectáculo de Rafa Suñen como agitador de “masas” que ante el poco propicio escenario para sus habituales equilibrios en las alturas, no dudo en bajarse a cantar rodeado de la gente subido a un blanco taburete, al que no tardaron en unirse a la fiesta Antonio y Gerardo con sus guitarras siempre al límite. Divertidos y eficaces como siempre y con un genial meddley del ‘Monopatín’ de la Trapera como guiño, dejaron al personal como ganas de más, como siempre.

Los Chicos (Foto: Héctor Herrero)

Alguien entre el público grita «¡jipi!» y a Mark Arm le da igual. Seguramente, porque ni lo oye, y probablemente, porque es un exabrupto más cariñoso que despectivo, una broma privada sacada de otro tiempo. Llevamos más de media hora de concierto y la maquinaria Mudhoney ha ganado en revoluciones desde el arranque con «Into the Drink»; el público empieza a calentarse. Si hay un show que vaya de menos a más, que comience generando una pequeña timidez del público y termine con un pogo desbocado, ese es el del grupo de Seattle, muestra de una extraña mezcla de esa profesionalidad que solo da la experiencia y de furia aún conservada desde principios de los años noventa, algo difícil de encontrar en un grupo treinta años después de su formación. Pocas veces los hemos visto en tal plenitud de facultades, o quizá fuese que era el día adecuado, para ellos y para nosotros.

Cuando empalmaban «Sweet Young Thing (Ain’t Sweet No More)» con «Touch Me I’m Sick» para soltar un par de temas después «Who You Drivin’ Now?» aquello era simplemente glorioso. Las dos grandes marcas de la casa, garage correoso y sucia psicodelia atemporal, se sucedían en una escalada de tensión que ni Rusia y Ucrania en febrero. Alrededor de una hora y cuarenta minutos que no se hicieron largos, ni mucho menos: poco a poco se fueron sacudiendo la sobriedad de su arranque hasta que Arm se liberó de la guitarra para convertirse en aquel Iggy Pop de la América profunda que sorprendió al mundo en el albor de la era grunge. Para cuando comenzaron los bises con «When Tomorrow Hits», un amplio corro de cuarentones realizaba los primeros estiramientos para lanzarse a uno de esos pogos cada vez más difíciles de ver. Tanto es así que, signo de los tiempos, otros tantos, más cautos, se lanzan a grabarlo con el móvil. Tras «Here Come Sickness», última canción de la noche, nadie pide más. Es difícil salir tan saciado de un concierto. Ya lo cantan ellos en «I’m Now»: «El pasado no tiene sentido, el futuro parece tenso, soy el ahora».

Texto: Antonio Cancho y Héctor G. Barnes

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