Hay una respuesta que exijo recurrentemente al recomendar una película: Primero dime cómo te encuentras. A partir de ahora, también la utilizaré cuando alguien me pregunte si debe o no ir a un concierto de Nacho Vegas. El compositor bandera de esa gran tierra que es Asturias ofreció el pasado viernes un repertorio que mezcla esa crudeza, intimidad y belleza que solo él es capaz de condensar en un escenario.
Con un festival –una de las mejores ofertas musicales que existen en este momento- en sus últimos compases, Nacho Vegas se presentó en Madrid con su banda acompañante y la sección de mujeres que conforma el Coro Antifascista ante un público que, si bien no llenó el recinto como en otros conciertos de esta edición, se dejó notar en cada pausa que Vegas se tomaba para hidratarse en otra noche calurosa. Un día más en la oficina.
Como decimos, era último viernes de julio en una desierta capital, y hablamos de un autor que no está hecho para todos los oídos. Nacho Vegas lleva más veinte años de una carrera en solitario que, si por algo destaca, es por la idiosincrasia. Por no hacer ademán alguno por acercarse al público, sino que, como ha sido toda la vida, él muestra su particular visión y somos los oyentes los que tenemos que esforzarnos por acceder a su mundo.
Quizá aquí resida el porqué de su legado. El motivo por el que es capaz de recorrer en algo menos de un par de horas, y de forma orgánica y natural, una trayectoria con sus altos y sus bajos, pero totalmente identificable y consecuente. Y todo ello con una puesta en escena en la que solo se vislumbra su silueta. Su rostro no importa, es su música y, sobre todo, sus letras, las que conforman esa gran figura nacional, historia contemporánea de un país que, poco a poco, va olvidando a los grandes cantautores que mantienen vivo su rico idioma.
El setlist estuvo protagonizado en su mayoría por temas de Mundos Inmóviles Derrumbándose, su último álbum. “Belart” abrió la velada y canciones como “Ramon In”, “Muerre´l Branu” o “Esta Noche Nunca Acaba” iban alternando con sus grandes composiciones. “Ciudad Vampira”, “Detener El Tiempo”, “El Ángel Simón” o “La Pena y la Nada”, de esa gran colaboración que surgió entre el asturiano y Bunbury, y que plasmaron en El Tiempo De Las Cerezas.
Faltó “Ocho y Medio”, una de las mejores canciones de amor –o desamor- que se ha escrito nunca en nuestro país, pero estábamos a viernes y tampoco podíamos salir de ahí más pesimistas de lo que nos obligan todos los días a ser. “El Hombre Que Casi Conoció a Michi Panero” levantó a un público que coreó el shala lala lalá como si de un nuevo hit se tratara y Vegas se despidió con ese “hasta siempre” que cierra su canción más conocida, esa que le suena a todo el mundo y que, sin embargo, tampoco es para todos los públicos.
Texto: Borja Morais
Fotos: Salomé Sagüillo