Como en otros muchos puntos del Estado, el pasado 12 de Octubre fue día de banderas e himnos en Barcelona. Pero mientras unos cuantos sacaron la “rojigualda” a ventilar, otros pocos tuvimos motivos más que sobrados para hacer ondear la “sureña” en la sala Rocksound de la ya citada ciudad condal.
La ocasión así lo merecía: Skinny Molly visitaban la capital catalana en una cita enmarcada dentro de una gira europea de otoño. Santander, Zaragoza y Madrid completaron en España el resto de conciertos.
La formación, que originariamente nació como una atractiva fusión de antiguos miembros secundarios de Lynyrd Skynyrd y de Molly Hatchet, incorporó en 2005 a un excomponente de Blackfoot (Jay Johnson), otra de las bandas míticas del sourthern rock, lo que ha aportado mayor dureza y un deje boogie más acentuado al sonido de la banda.
Con el aforo casi completo, Skinny Molly entraron en barrena desde la primera canción, demostrando que se trata de una banda de guitarras sin titubeos. Punteos enérgicos y riffes innegociables dentro de un setlist compacto, casi redondo diría yo, y en el que algunos clásicos ajenos servían de contrapunto a los temas propios y menos populares (valgan como ejemplo Dead flowers de los Stones, Wishing Well de los Free o la trillada Sweet Home Alabama de los mentados Skynyrd).
El colofón del show fue apoteósico gracias a la rocosa Train, train de Blackfoot y, sobre todo, a la inapelable Free Bird (muchos de los presentes lo vivimos como un involuntario homenaje al malogrado promotor Javier Ezquerro), de Lynrd Skynrd de nuevo, una pieza que la banda interpretó con alegría y desparpajo durante más de 10 minutos, dejando a la audiencia sumida en una especie de trance colectivo. Al final, sesión de fotos y autógrafos con unos fans entregados, a quienes los músicos atendieron en todo momento con una agradecida sonrisa.
Texto y foto: Fernando Bermejo