Terry Lee Hale es uno de esos ilustres desconocidos que, lejos de amilanarse por la falta de atención mediática, nos obsequia nuevos trabajos cada cierto tiempo que nos alegran la existencia. Y lo digo por su calidad, no precisamente porque el de San Antonio sea la alegría de la huerta. Tres años después del magnífico The Long Draw, llega un nuevo disco de este tejano asentado en Marsella, que lleva más de treinta años paseando su poesía musicada por cualquier escenario que le deje hacerlo. Nueve canciones elegantes, ensoñadoras, que destilan intimidad.
Grabado en el Norte de Italia junto al productor Antonio Gramenteri (guitarrista de Sacri Cuori), virtuoso de la lap-steel, la voz se ha convertido definitivamente en el medio principal de expresión de un Terry Lee que entiende el resto de instrumentos como exquisito decorado para sus historias. De esta manera, estos aparecen sutilmente, a veces insinuados, a veces casi con rubor. Eso hace que las emociones fluyan con la interpretación del artista y la atmósfera creada, calando como agua de fina lluvia. Excediendo los límites del americana, del folk, de la música de autor o del country para dar forma a algo etéreo, difícil de definir, pero terriblemente bello.
Eduardo Izquierdo