Los Brighton siguen recorriendo caminos que, en esta ocasión, los llevan hasta el Sidecar, y por si el tiempo y la edad no fueran suficiente, un nuevo obstáculo en forma de apagón de casi veinte minutos los interrumpe de la actuación de Javier Sun. Se desconfigura la mesa de sonido, se apaga el aire acondicionado y se calienta la cerveza. Una broma comparado con lo que vendría después.
Los hermanos Gil salen al escenario haciendo frente a la incerteza de cómo sonará aquello, pero a las más de 100 personas presentes, el cómo sonará aquello les da igual. Modernistas de pies a cabeza, las dianas tricolor van de aquí para allá con el danzar de los esqueletos y la celebración de canciones frescas entremezcladas con fotos del ayer que no sólo resisten el paso del tiempo sino que demuestran que aquí no, el problema no es la edad. El vaivén de un tipo solitario que rinde cuentas con su juventud en su cincuentena, adolescentes viendo a sus ídolos por primera vez que no se desprenden de su parca pese a los 3.000ºC; un tema de los Scooters con el propio Javier Sun sobre el escenario (estética Neil Young de Freedom y canciones pop pegadizas como pocas), la locura en el rostro de Ricky y el blues de nuevo en Barcelona. Todo ello en un cocktail imparable de actitud sobre el escenario y estribillos puntiagudos que convierte el Sidecar en la máquina del tiempo de Doctor Who.
Tras la publicación de Modernista (BCore, 2014), Carlos Zanón escribió sobre ellos y el peligro de los camiones de cuatro toneladas. Pero en el Sidecar, el camión de cuatro toneladas son los Brighton, unos jóvenes Gran Reserva con D.O. de los Who, de los Kinks, de los Jam y Sam Cooke, envejecidos en barricas de roble o nogal, pero con el descaro de un Crianza. No, igual que con el vino, el problema aquí no es la edad.
Texto: Borja Figuerola
Foto: Xavi Mercadé