Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.
El de Florida es un viejo conocido de la parroquia local y durante un tiempo pasó por ser la nueva sensación del blues. Sus primeros conciertos le granjearon el beneplácito de la afición, un tipo con buena pinta, joven, conectado a un dobro electrificado, dándole al blues rock como si no hubiera un mañana, chorreando testosterona y energía y sacando partido a la perfección todos los trucos escénicos. Un ciclón sobre las tablas. Además, grabaciones como Treat Me Right (1999), Devil’s Train (2001) y, en menor medida, Black Pearls (2003) sonaban francamente bien. Pero tras ese impacto inicial el soufflé fue bajando, los pases en vivo acabaron derivando en la repetición de esquemas y el bueno de Eric cayó en la trampa de héroe de la guitarra, embarcándose en solos eternos y excesos pirotécnicos que acabaron por convertirse en rutina. En mi opinión terminó siendo devorado por su propio personaje. Así que, tras el citado Black Pearl, mi interés por seguir su trayectoria, en directo y en estudio, se desvaneció y debo reconocer que le perdí la pista.
Rastro que no volví a recuperar hasta hace unas pocas semanas, cuando un amigo me recordó su existencia, recomendándome su más reciente grabación, Midnight Junction, publicada a finales del pasado 2023, hablándome de un disco en que perpetuaba su estilo, pero que sonaba fresco y contundente, y que, además, contenía una adaptación de uno de mis músicos más admirados, Rory Gallagher, al que ya había versionado en vivo con anterioridad, gancho suficiente para despertar mi curiosidad. La primera sorpresa es que pude comprobar que llevaba prácticamente una década de silencio discográfico, su referencia anterior, Boomerang, databa del ya lejano 2014. Un periodo de tiempo realmente muy largo para un músico profesional. Pero bueno, aquí tenemos el último paso por el estudio de Eric Sardinas, acompañado por Chris Frazier (batería), Koko Powell (bajo) y David Schulz (teclados), además de contar con la aparición de un invitado muy especial, el gran Charlie Musselwhite, y los coros de K.C. Carnage y Karlina Covington.
Y oigan, pues si, suena potente, muy rocanrolero, de esos que van de perlas para animar el rato al más pintado y elevar la temperatura de garitos y bares, de los pocos que queden teniendo el rock y el blues como banda sonora, en cuanto empiece a sonar. La entrada de slide de «Long Shot», al estilo de Elmore James, es vibrante, los coros ponen el resto y bajo y batería marcan el compás. El rock & roll se hace con el papel protagonista en «Tonight», no cabe duda de que empezar con dos temas de esta intensidad pone el listón bastante alto, pero salva el escollo sin levantar el pie del acelerador con «Said & Done», «Planks Of PIne» y «Julep». La armónica de Musselwhite lleva el peso en la pieza instrumental «Swamp Cooler», y baja el tempo en «Miracle Mile», blues rock de manual. Ambas canciones marcan el ecuador del disco, encarando una recta final que mantiene el buen tono general del álbum. Le pone tensión al «Laundromat» del genio irlandés, «Lock & Key» y «White Lightnin’» tienen el poso del rock sureño debido a esas segundas voces femeninas, y pone el cierre en solitario, «Emilia», ejemplo de que su habilidad técnica sigue ahí.
Resumiendo, Midnight Junction, es un trabajo notable, que gustará por igual a los más puristas, a aquellos que disfrutan del blues más enérgico o a los aficionados al rock en general. Y, particularmente, me alegro de haberlo encontrado en buena forma, guardo un grato recuerdo de aquellas noches de blues endemoniado y litros de cerveza de finales de los noventa en garitos barcelonenses ya desaparecidos como La Bôite, sala donde actuó en varias ocasiones en esos años. Ah, el tiempo vuela…
Manel Celeiro