Papel

Óscar García Sierra – Facendera (Editorial Anagrama)

 

 

 

Ubicada en el León postminero y postindustrial, uno de los primeros detalles de la novela de Óscar García es deslocalizar las acciones de las grandes urbes, como hicieran Alcarràs o Panza de Burro, pero sin dar nombre en este caso, pudiendo ser cualquier pueblo de León o de la península, (NdA: uno se transportó a Castrotierra de Valmaldrigal), donde las generaciones aguantan para saber cuál de ellas verá morir al pueblo. Este hecho no sólo traslada las escenas a otros paisajes, sino que muestra otras realidades que sí existen.

 

El autor leonés trenza la historia como reflejo de la supervivencia allí donde el campo, la mina, etc. murió, con dos parejas de jóvenes que se mueven entre el sexo, las drogas y los coches tuneados, centrada una en la hija de El de los piensos y El hijo de la farmacéutica, y la otra en Aguedita y el narrador, pero que no cambia el horizonte de unos jóvenes a los que caracteriza una ilusión pesimista, reflejada esta en la frase “Las últimas tardes del verano el cielo del pueblo parece un plato de cocido medio vacío,” y que manejan, como pueden, la ansiedad que les ha regalado su tiempo, así como la falta de expectativas, las herramientas emocionales adquiridas, “Todo es reemplazable salvo el dolor”, y y ese continuo autoboicot: “Hay épocas en las que lo normal es asustarse cuando algo sale bien.”

El ocio lejos de modas y locales presuntuosos se mezcla con el desencanto, tanto en el relato narrado al personaje de Aguedita, como en la fiesta donde se cuenta. Lugares donde conviven lo rural y aquello que se sitúa al margen de las grandes ciudades, aquellas a las que nunca llegan a pertenecer los miembros de una generación que combate el conflicto entre el miedo a dejar el pueblo frente a las ganas de salir de él. De quienes se hartan y quienes se marchan porque no hay más remedio. Porque, a pesar de a la lenta muerte del pueblo hay un vínculo que, pese a salir y/o tener la posibilidad de prosperar fuera, uno lucha por morir con su pueblo, mostrando que, en definitiva, cambian los espacios o la actividad, pero no las costumbres: “Las mudanzas son a nosotros lo que las matanzas eran a nuestros abuelos”. La desindustrialización rural, asemejada a la que se producía en las urbes, cabe recordar Barrio Venecia (Lengua de Trapo) de Alberto Santamaría, deviene en el marco para, más que la muerte, la agonía de muchos pueblo y la depresión y falta de trabajo que abraza a sus habitantes. Todo lo expuesto, narrado en el marco de cuatro jóvenes conociéndose como dos realidades que acaban por entrelazarse, haciendo hincapié en los detalles de las descripciones, no en descripciones extensas, lo que ofrece una visión concreta, un estado más que un lugar en los escenarios, componiendo parte de la trama, que conecta con el lector que haya, aunque mínimamente, pisado un pueblo, y que reconoce en ciertas actitudes o ciertos comportamientos.

Hablar del libro, así como mezclar las verdades y mentiras que se generan con la tradición oral, como cierra el autor, es ser parte de la nueva esencia de la facendera. La facendera de una generación que baila canciones que les ponen tristes, donde la percepción del tiempo es caprichosa, como seguir llamando “carretera nueva a una carretera qué es más vieja que los ya no tan jóvenes que se matan en ella”, y de cuando sí ocurría algo en sus pueblos.

 

Texto: David Vázquez

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