Papel

Panza de Burro – Andrea Abreu (Barrett Editorial, 2020)

Es fácil quedarse en las palabras de Ignacio Aldecoa hacia su mujer: “He descubierto el paraíso, iremos algún día” y, aunque es la primera imagen que puede venir de las islas, también supone un hervidero cultural.

A día de hoy tanto la música como la literatura muestran la presencia de la cultura canaria en bandas como Los Vinagres o artistas como Ignatius Farray. Entre todas ellas, nuevas voces que irrumpan con la fuerza con la que lo ha hecho Andrea Abreu con su primer trabajo, es difícil en un panorama cultural saturado de propuestas. Literatura actual, que transcurre la isla, dice Sabina Urraca, editora del libro para Barrett Editorial, en la que el lector encuentra el carácter más arriscado y complejo de los isleños. Es importante este tipo de textos, dado que la idea era turismo y los textos más académicos, ahí están los títulos de Unamuno, Saramago o el citado Aldecoa, son los que pueblan el imaginario peninsular; lejos de los climas más paradisiacos: «Era la calima, como decía mi padre: nos dolía el pecho de respirar, las cosas se volvían pesadas, como si tuviéramos cemento de las amasadoras dentro de los tenis.».

Panza de Burro es un ejercicio de nostalgia, punto en el que conectará con aquellos que crecieron fuera de las grandes ciudades, en el que una de las grandes apuestas es respetar la forma de hablar de la gente, sin la corrección ortográfica o gramatical que muchas veces se ejerce en la literatura, perdiendo la identidad o frescura de la localización. Quizás uno de los puntos fuertes del texto, siendo fiel a la descripción. Otro de los hitos de esta novela, es la posibilidad de que pudiera tratarse de una historia oral previa a la adolescencia, que muchos podrían relatar, cambiando el nombre de las playas o los barrancos, pero hablando del crecimiento en zonas más pequeñas, donde la tan abanderada libertad infantil, especialmente de movimiento, espabilaba de distinta manera a los infantes, con esas dudas: «… y entonces me ponía triste porque pensaba que yo no tenía tristeza propia, que mi tristeza era la de ella pero dentro de mi cuerpo, una tristeza como de imitación,…». Aunque no todos son miedos, recuerdos de juego de verano o meriendas en casa de abuelas; como si de una infancia despreocupada y feliz se tratase. El capítulo en el que relata cómo pierde la virginidad una de las protagonistas, shit, no deja de verse como una violación adolescente; con los consecuentes miedos, las dudas y la sensación de no ser consciente de lo ocurrido, mientras su vida interior, su amistad y su historia con su amiga Isora sufre una serie de cambios.

En cuanto al formato, su brevedad muestra la nueva forma de escribir de las generaciones más jóvenes, debido al déficit de atención de estas. Ya Ernesto Castro[1] en conversación con Alba Rico planteaba la siguiente pregunta: ¿Tiene algún sentido seguir escribiendo novelas de 600, de 700, de 800 páginas en un contexto de dispersión de la atención tan fuerte como el que existe a día de hoy con los medios de comunicación tecnológicos que frecuentamos?

Si bien es cierto, una vez leída la novela, queda la duda de si se trata más de una novela juvenil que de una historia enfocada para adultos, pero, sea cual sea el género, los personajes, Isora y shit, es fácil que permitan la identificación con aquellos que tuvieron presentes a abuelos y a pueblos en su infancia. Porque, en definitiva, “Un día habrá una isla / que no sea silencio amordazado” como escribía Pedro García Cabrera[2], siendo estas apuestas un primera paso.

 

Texto: David Vázquez

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