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WASP – La Riviera (Madrid) 

 

Me pongo a escribir escuchando The Headless Children… y aclaro: me encantan WASP, con conocimiento de causa. Blackie Lawless me cae bien. Me hacen muchísima gracia sus exabruptos. Me encantan sus looks. No me importaría nada reencarnarme en él. La prueba la tenéis aquí: https://www.ruta66.es/2023/03/articulos/wasp-celebran-su-40-aniversario/

Mi intención al encarar esta crónica era envolverla con una gruesa capa de pasión, reprimir lo que sentí el domingo cuando, después de décadas, llegó la esperadísima oportunidad de acercarme al circo eléctrico de Blackie. Pero no he sido capaz.

El plan, WASP celebrando su 40 aniversario en La Riviera, parecía infalible… pero no lo era. La gente se quejó de que el bolo solo duró una hora y cuarto costando entre cuarenta y cincuenta euros. A mí me habría bastado con una hora, si a lo largo de sus minutos hubiera visto a un grupo quemándose a lo bonzo sobre el escenario, esputando en cada palabra, incendiando al público con el brillo de sus ojos endemoniados, dándolo todo como buenos jeborros. Pero lo de WASP poco tuvo que ver con esa fantasía.

Todo sonó impecable, perfectamente milimetrado. Ni una nota chirriante, ni una palabra desentonada, ni un sofoco. Blackie no se fatigó. Sin embargo, su voz sonó mejor que en toda su carrera. Que se le mantuviera en penumbra absoluta durante todo el recital ayudó a que el personal dudara de si lo que estábamos escuchando eran, principalmente, pistas de voz pregrabadas. Ni una nota fuera de tono. Ni una palabra más baja que la otra por alejarse del micro. Sonaba como si te hubieras puesto un disco en el salón de tu casa. En esta era en la que los móviles dominan el horizonte en todos los conciertos, el bueno de Blackie ha sido cazado lejos del micro mientras su voz suena por los altavoces…

Él ha admitido que utiliza pistas de “acompañamiento” pregrabadas, pero lo del domingo parecía ser algo más. Corroborarlo sin verlo en vídeo es complicado, sobre todo porque su técnico de luces no le iluminó en ningún momento. Todos los miembros del grupo, excepto un bestial Aquiles Priester a la batería (este animal sí que lo dio todo y sudó como un cerdo), estaban a oscuras. Con estos fantasmas rondándome el mendrugo y bajo esa cortina de humo, me costó emocionarme. Más allá del misterio del milagroso estado de forma de la garganta de Blackie, la actitud de uno de mis heavies preferidos fue la de un funcionario que está estampando sellos en la Agencia Tributaria. Tres frases dirigidas al público, ni media improvisación vocal (otra sospecha), ningún “c’mon Madrid!” antes de un estribillo, nada de cabriolas.

 

Sonaron “Wild Child”, “L.O.V.E. Machine”, “Chainsaw Charlie”, “Blind in Texas”, “Inside The Electric Circus”… y todos los clásicos básicos. Nada de los discos recientes, aunque casi todos tengan canciones que no sufrirían al lado de los tótems del currículum de Lawless. La puesta en escena fue impecable. Blackie tiene muy buen tino para la escenografía, y lo ha vuelto a demostrar escogiendo un diseño de escenario que envuelve a la banda en una suerte de circo de freaks como el de La parada de los monstruos. Un concepto muy metal, pero con algo más. Justo lo que cabe esperar de WASP… lo que cabe esperar de Blackie… un tío que se caracterizaba por ofrecer algo más aparte de estruendos y heavy rock.

El domingo no fue así. No fue suficiente. Un teatro de guiñoles no es rock and roll. En las pantallas se proyectaban vídeos de las canciones que iban sonando, lo cual, acompañado de la poca energía que transmitía Lawless, le daba a todo un mortecino tufo a espectáculo preprogramado. Me volví a casa echando de menos algo de sangre, mirando la corriente oscura del río Manzanares, deseando creerme el truco de humo y espejos que acababa de presenciar. Me tenía que haber pimplado diez calimochos antes de entrar.

Texto: Rafa Suñén

Fotos: Salomé Sagüillo

 

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