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«Van Halen» cuarenta y cinco años del primer disco y todavía «On Fire»

Cuarenta y cinco años años acaba de cumplir el primer disco de Van Halen. Ese que siempre sale en las sempiternas listas de los mejores discos de debut de la historia. Listados que sirven para crear debates de barra de bar, de esos que tanto nos gustan y que terminan en bizantinas discusiones. Pero esta vez hay que reconocer que su inclusión en estas listas está más que justificada. Pocos discos de debut se me ocurren que estén a la altura de esta ópera prima. No creo que exagere si digo que este álbum lo tenía todo para impactar de la manera que lo hizo; sonido, canciones, actitud y una combinación de diversos factores que hicieron de Van Halen la banda tan especial que es. Como siempre en estos casos hay que ponerse en perspectiva histórica y ver lo que representó este debut en su momento.

Corría 1978 y el movimiento punk (y también la música Disco) ya hacía un tiempo que estaban haciendo temblar los cimientos del rock tal como se concebía en aquella época. El hard rock como género parecía que estaba dando sus últimos coletazos; Deep Purple ya disueltos, Led Zeppelin asfixiándose en su propia grandeza y en problemas personales e internos, y Aerosmith en caída libre en su propio abismo de excesos y egos. Pero no, el género simplemente necesitaba una renovación, un soplo de aire fresco y un puñetazo en la mesa, y Van Halen se encargaron de todo esto imponiendo sus propias normas.

De entrada presentaban al guitarrista más revolucionario desde Jimi Hendrix. Pero no sólo la exquisita e innovadora técnica del siempre añorado Eddie Van Halen era su principal aliciente, sino que supo encajar su sapiencia a las seis cuerdas dentro de las canciones sin sonar pedante ni ser un onanista del mástil, su técnica fluía al unísono con las canciones, todo encajaba como un guante.

También revolucionaban el concepto de frontman con el simpar David Lee Roth. Sí, de acuerdo ya estaban Robert Plant o Roger Daltrey como dioses del rock, con sus torsos descubiertos, su aspecto machote y dándose mucha importancia a sí mismos. Cierto es que David Lee Roth también jugaba alguna de esas bazas, pero desdramatizándolo todo. No tenía reparos en mostrar ese torso más peludo que una manada de orangutanes, en vestir atuendos imposibles que sólo le quedaban bien a él y en añadir a su personaje unas dosis de desparpajo y humor como nunca se habían visto en el género. Unas virtudes, que todo sea dicho eclipsaban sus carencias como vocalista, algo también inédito en el hard rock. Nada de gargantas rugientes o de agudos imposibles, una voz que prácticamente hablaba con una cierta entonación pero que le daba a las canciones el desenfado que necesitaban, para virtuoso ya estaba Eddie.

Como leí una vez no sé dónde, se decía que en Van Halen había un producto a vender (Eddie Van Halen) y un vendedor (David Lee Roth) y lo cierto es que la frase es de lo más acertada, aunque tampoco debemos olvidarnos de la base rítmica que sostiene y da vida al entramado Eddie/Dave. Posiblemente de las más sólidas que se podían encontrar en ese momento con las peculiares afinaciones de los tambores de Alex Van Halen y ese bajo infatigable que toca esa bestia parda que es Michael Anthony. Toda una referencia ineludible haciendo también esos coros tan marca de la casa y dando espectáculo con su bajo en forma de Jack Daniels en directo.

En resumidas cuentas una banda que está claro que no era del montón,  y que aportaron desenfado, luminosidad y cachondeo a un género que ya se estaba dando a sí mismo demasiada pompa y circunstancia.

Pero nada de esto hubiera funcionado si el contenido musical de este debut no hubiera estado a la altura de las circunstancias. Unas canciones incontestables y la producción impoluta pero que conserva la fuerza bruta del cuarteto elevan este ‘Van Halen’ como referencia de una época.

También es normal que con este debut la banda mostrará semejante nivel. Los años previos pateándose infinidad de locales les hicieron encontrar su propio estilo y perfeccionarlo al máximo añadiendo a ello la impronta y fogosidad de la juventud. De hecho este disco sería como un perfecto resumen de su paso por toda clase de clubs. Por ejemplo el cuarteto se había hinchado a hacer versiones y algo de ello queda en la adrenalínica versión de “You Really Got Me” o en la cachonda “Ice Cream Man”. Pero la cosecha de temas propios también es abrumadora; Las a día de hoy imprescindibles “Running With The Devil” o “Ain’ Talking About Love”, las aceleradas y marca de la casa “On Fire” o “I’m The One” o las adictivas “Little Dreamer” o “Feel Your Love Tonight, y por supuesto sin olvidarnos de “Eruption”, que quizás podía parecer una boutade, pero que cambió el destino de la guitarra eléctrica para siempre.

Obviamente nada podía fallar y nada falló. Semejante puesta en escena, semejante guitarrista, semejante frontman, semejante base rítmica, semejante colección de canciones aunado con hedonismo, desenfado y cachondeo a tutiplén caló en una generación con ganas de sexo, sol y playa que dio paso a la grandeza de la banda en los frívolos ochenta. Van Halen habían entrado como elefante en cacharrería en la escena y su disco de debut fue sólo el principio de todo lo bueno que estaba por venir. Aún quedaban cinco discos también memorables, baños de masas en estadios…hasta que Eddie Van Halen decidió que era una persona madura y todo se acabó. Pero lo cierto es que con esta ópera prima como dijo acertadamente David Lee Roth, a día de hoy aún te cogen ganas de conducir un descapotable, emborracharte y tener sexo.

Texto: Xavi Martínez

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