Consolidado en el cine de terror actual con películas como La casa del diablo o The Sacrament, Ti West ha superado las expectativas entregando su producto más logrado en forma y fondo. La ambientación es excelente y logra encapsular la esencia de finales de los setenta —las tonalidades, la música, la moda— en un cruce de géneros en toda regla, donde la pornografía y el terror conviven sin que resulte para nada forzado. Más bien sorprende lo bien que casan en este caso particular. Te envuelve desde el primer segundo por su estética, y termina por atrapar del todo durante la segunda mitad a causa de su narración: una historia asombrosa que toca temas como el salto generacional, las costumbres, la vejez o la pasión desmesurada, a veces grotesca. Es una película de terror, por supuesto, pero hay bastante más. De pronto da la vuelta a la tortilla y se nos permite empatizar lo justo con los villanos, llegando a entender que todo depende del prisma con el que se mire. La música —y el tratamiento del sonido en general— es de diez, con canciones de Loretta Lynn que contrastan con las imágenes, un «Landslide» de Fleetwood Mac que aporta continuidad y, por supuesto, el «(Don’t Fear) The Reaper» de Blue Oyster Cult íntegro en una de las escenas más desasosegantes del film. La magia del cine.
JON BILBAO