“Uh-oh-OH-oh-oh”. El característico aullido, inimitable mezcla de gemido sexual y gorjeo infantil, se convertiría de la noche a la mañana en la característica marca de fábrica de Veronica Bennett, importado directamente del yodel de cantantes country como Hank Williams a los que observaba desde su pequeña televisión en Harlem, uno de los barrios populares de Nueva York, mientras su padre rebañaba los vasos de licor de los bares cercanos.
Cinco notas tan características como el “dum-dum-dum-PAH” de la batería de Hal Blaine que daba la bienvenida al oyente adolescente de 1963 al suntuoso mundo de «Be My Baby», el monumento que Phil Spector, ya una leyenda de 23 años, un niño genio que tenía el universo teenager a sus pies, erigió para celebrar la noche que conoció a la que sería su novia y esposa durante más de una década, después de que providencialmente, su hermana Estelle decidiese agarrar el teléfono y probar suerte llamando a la oficina del señor Spector. En cuestión de horas, este se había dado cuenta de que había encontrado el ladrillo que le faltaba, no solo para terminar de erigir su Muro de Sonido, sino también para convertirse en el rey de reyes de la aristocracia pop, cuyo consorte sería aquella postadolescente que, como la música que tenía en su cabeza, no era ni blanca ni negra, ni cherokee ni latina, sino todo al mismo tiempo.
Aquella noche, Spector puso una y otra vez su última producción, «(Today I Met) The Boy I’m Gonna Marry» de Darlene Love, una evidente declaración de intenciones. Pero aún tendrían que pasar meses antes de terminar de afinar la que sería su obra cumbre, registrada en los abigarrados estudios de Gold Star en Los Ángeles, aquellos cuyos rincones eran conocidos al dedillo por Spector. Los únicos capaces de retumbar como una catedral con dos orquestas sinfónicas tocando a la vez, porque eso era lo que quería: dos baterías, tres pianos, seis guitarras, un ejército de coristas, desde Darlene Love hasta Cher. Con una excepción, la de la pequeña Ronnie, que debía ser el centro de ese maremágnum de incertidumbre y excitación, el principio y final de todo. Debidamente aleccionados por Spector, Elie Greenwich y John Barry encontraron el haiku pop definitivo: deseo, inseguridad, promesas y orgullo en una letra que encajaba como un guante en la dicción arrastrada de Ronnie.
En la última semana de agosto de 1963, «Be My Baby» se había convertido en un éxito sin precedentes, que catapultó a esas tres niñas de barrio —junto a Ronnie y Estelle se encontraba su prima Nedra— a iconos generacionales y objetos de deseo. No hay que perder de vista la inteligencia teatral de las tres jóvenes, que alargaron sus rayas del ojo y acortaron su falda porque, como la propia Ronnie sabía bien, el buen rock’n’roll debía ser un poco excesivo. Era su hábil sentido del espectáculo lo que las había llevado a arrasar en los escenarios de Florida y Nueva York (Apollo incluido) incluso antes de que «Be My Baby» las lanzase al estrellato, mientras sus primeros singles en Colpix Records pasaban sin pena ni gloria.
En cuestión de semanas, las Ronettes pasaron a encabezar la gira por todo EEUU que Dick Clark había montado y ascendieron a cabeza visible de la escudería Philles, el sello de Spector. Junto a Darlene Love y The Crystals, se convirtieron en la atracción principal de A Christmas Gift for You. Mientras tanto, otra sensacional gema de pop impulsado por saxofones y castañuelas, «Baby, I Love You» se disparaba en las listas de ventas, aun sin llegar a las cotas de «Be My Baby». 1964 fue un gran año para el rock… si eras inglés, ironizaba Ronnie en su biografía, Be My Baby. How I Survived Mascara, Miniskirts and Madness and My Life as a Fabulous Ronette. Probablemente no podían sospechar que esos chavales que tan bien las trataron en su gira británica, los callados Rolling Stones —tenía truco: Spector había prohibido a Andrew Loog Oldham que se dirigiesen a su novia— y los ligones Beatles —Ronnie estuvo a punto de perder la virginidad con John Lennon— iban a desbancarlas de su trono en cuestión de meses a medida que el paradigma oscilaba desde la melancolía adolescente, neoyorquina y femenina bigger than life hacia el descaro rockero, masculino y autoconsciente de los grupos británicos.
Levantaron pasiones allá por donde pasaban, quizá demasiadas para el gusto de Phil, que quizá comenzaba a sospechar que nunca volvería a hacer nada tan grande como «Be My Baby». No lo fueron «(The Best Part of) Breakin’ Up» o «Do I Love You?», no precisamente por ser canciones mediocres: el Muro de Sonido funcionaba a pleno rendimiento y el espejismo del romanticismo bienintencionado de Spector aún no se había desvanecido. Había algo en esa cándida retroalimentación mutua entre sus canciones y su vida personal —hicieron el amor por primera vez mientra Spector pinchaba sin parar el máster de «Do I Love You?»— que les ofrecía una imagen de sí mismos idealizada, que les hacía sentirse invencibles. Sin embargo, Ronnie siempre prefirió «Walking in the Rain», grabada en una única toma vocal, de principio a fin. Quizá fuese el realismo que dejaba entrever su letra (“a veces peleamos, pero no me importa”), quizá su naturalidad musical, más relajada, menos triunfalista que el conocido estruendo del Muro de Sonido.
En cuestión de meses, las Ronettes habían pasado a la historia y registrado el que prácticamente sería su canto del cisne. El desierto discográfico que deberían atravesar durante los siguientes años era un calculado movimiento de Spector para evitar que su pequeña protegida (no se casarían hasta 1968) volase por sí misma o, algo peor, bajo el ala de alguno de esos pretendientes ingleses. Dejó pasar la irresistible «Chapel of Love», que se convirtió en un éxito en la voz de las Dixie Cups; grabaron varias canciones, pero se quedaron en un cajón y no serían publicadas hasta los años 70; las Supremes las adelantaban por la izquierda mientras «Is This What I Get For Loving You?» las devolvía a esos tiempos en los que su carrera discográfica no despegaba. Estelle y Nedra tampoco estaban contentas con que Ronnie se hubiese convertido en el centro del espectáculo y que tuvieran que quedarse en casa mientras su familiar grababa los éxitos que ellas tendrían que cantar en directo más tarde.
El mismo año que se publicaban Highway 61 Revisited, Revolver y The Beach Boys Today!, las Ronettes apenas arañaron un top 100 con «I Can Hear Music». Poco a poco, fueron desinflándose como un globo, y la depresión en la que Spector se sumió tras el fracaso de «River Deep Mountain High» de Ike & Tina, que lo llevó a recluirse en su mansión californiana con Ronnie, no ayudó. Peor aún fue que el productor comenzase a chantajear a su pareja con la posibilidad de grabar canciones en solitario, la promesa que le hizo si se olvidaba de girar con los Beatles en el verano de 1966 y mandaba a su prima Elaine en su lugar. Estelle y Nedra parecían cada vez menos interesadas en mantener la ficción de que las Ronettes existían y prefirieron centrarse en una vida más convencional y montar una familia. No lo conseguirían: Estelle sufrió problemas mentales y terminó vagabundeando por las calles de Nueva York. La última gira de las Ronettes clásicas fue una extraña visita a los soldados estadounidenses en Alemania, que se saldó con golpes, botellazos y empujones de los que se habían quedado fuera.
El colofón final para una trayectoria que arrancó con un big bang y concluyó ante el desinterés de todo el mundo, Spector incluido, con la excepción de la propia Ronnie, que veía cómo aquello con lo que había soñado toda la vida, su única válvula de escape, se desvanecía ante sus ojos. Bajo la tiranía de Spector, dejaría de ser Ronnie, la juguetona pero inocente niña de barrio, y se convertiría en Veronica, un ama de casa sin nada que hacer salvo beber a escondidas. Pero esa es otra historia, una que nunca podría ser contada bajo los parámetros de romanticismo desbocado, sexo torpe y lujo kitsch de las obras maestras de las Ronettes. Héctor G. Barnés
Entrevista con la diva rebelde del rock’n’roll, por Toni Castarnado (Ruta 360, junio de 2018)
Estamos de acuerdo en que a Ronnie Spector la alumbra más su pasado que su presente. No es una idea descabellada; los hechos y la realidad hablan. En efecto, ni el estado de forma ni la actitud desmerecen a día de hoy, todavía da la talla cuando graba, también cuando actúa. Da fe verla en televisión en el programa de Jools Holland en 2015 en una ceremonia especial de Año Nuevo haciendo una versión espléndida de «Be my baby» con orquesta y en Glastonbury al año siguiente ante miles de personas, o bien testando English heart, su último testimonio discográfico.
Quizás su problema no ha residido tanto en el nivel exhibido como en la inconstancia, definitivamente ha ido a fogonazos. Se ha expuesto menos públicamente que otras compañeras, lo cual también tiene un sentido poético. No llegó al punto de Darlene Love, la líder de The Crystals que acabó limpiando casas y hasta que no escuchó de nuevo una canción suya en la radio mientras le sacaba brillo a la encimera, no asomó la cabeza de nuevo por un negocio que la había despreciado. En el documental 20 Feet from Stardom dedicado a las coristas y a sus funciones, daban buena cuenta de una historia que finalmente si acabó en un cuento de hadas. En cambio, Ronnie no ha necesitado llegar a tal extremo, ha continuado ligada a la industria, pero a su manera, con el paso que la convenía.
Desde luego, ya queda lejos el reto con The Ronettes, las aventuras con George Harrison, el dúo con Southside Johnny y letra de Bruce Springsteen, cantar con Eddie Money «Take me home tonight» o aferrarse a Joey Ramone para sentirse realizada en «She talks to raimbows». Que se acordaran de ella The Raveonettes fue sintomático; algo bueno iba a pasar. En 2007 The Ronettes entran en el Rock’n’Roll Hall of Fame, en el documento que hay de esa jornada y que se puede ver en Youtube, se observa a una mujer eufórica, orgullosa, elegante -vestida de negro riguroso- y con ese punto lógico de excentricidad. Y aunque los músicos a veces renieguen de estas consideraciones, en el fondo agradecen estos gestos, el reconocimiento al trabajo, a una carrera.
La consecuencia había sido un disco como The Last of the Rock Stars con colaboradores como Patti Smith y Keith Richards con un catálogo de piezas en el que sumaban de Johnny Thunders a Ike Turner o por ejemplo alguien más contemporáneo como Amy Rigby. Ronnie Spector sigue convencida de que es la chica mala del rock’n’roll (así la presenta su manager antes de cederle la palabra para empezar la entrevista) o al menos la original, la que acuñó el término. Y si vas a hablar con ella hay líneas que no puedes cruzar, una de ellas preguntarle por Phil Spector. Después, si a ella la apetece o la conviene le cita, aunque sea indirectamente, pero que no venga impuesto. Se siente más cómoda, más segura. De todos modos, ella es un torrente de simpatía, tiene mucho sentido del humor e incluso te tutea, como si te conociera desde que era una niña mientras soñaba con la opción de cantar «Be my baby» a todas horas. Y en cualquier caso, dejar una huella, ser la abanderada de la escena de las girls groups y llegar a su edad como la institución que es, aún firme y serena.
Hola Ronnie, ¿cómo estás? ¡Espero que bien! En junio vienes a España a tocar en un festival. ¿Qué podemos esperar de ese concierto? Para mucha gente es una oportunidad única, algo muy especial.
¡Puedes esperar para ver un poco de rock & roll, y tal vez mover un poco de cadera también! ¡No puedo esperar a llegar a España! Hemos tocado en todo el mundo, pero nunca en España. Y sé una cosa, España ama el Rock & Roll, ¡y yo también!
Quería preguntarte por el último disco que grabaste, English Heart. Hay material nuevo y versiones de grupos ingleses que tuvieron un gran significado para ti. ¿De dónde salió esa idea? ¿Cómo seleccionaste las canciones?
Los mejores momentos de mi vida como Ronette fueron en Inglaterra a partir de enero de 1964. Así que quería volver a esos días en que la música estaba en todas partes, había inocencia, los sonidos eran nuevos y todo era diversión. Recorrimos el país con todos ellos, The Rolling Stones abrieron para nosotros, también lo hicieron los Yardbirds, justo cuando Clapton estaba con ellos, con los Kinks y demás. Había tantas canciones geniales para elegir, esa era la parte difícil. Pero al final escogí las canciones con las que podía tener buenas vibraciones, canciones que significaban algo para mí.
En 2009 editaste The Last of the Rock Stars. Me encanta ese disco, también el título. ¿Te consideras una de las últimas estrellas del rock?
Lo soy, al menos una de ellas. Todavía estoy aquí balanceándome. Ya no quedamos muchos de nosotros. Hice mi primer disco en 1961, y todavía amo cada momento que estoy en el escenario.
Me parece muy destacable como cantabas en ese disco, con mucha rabia, con mucha crudeza. Voces como la tuya maduran muy bien, es maravilloso. Recuerdo que Billie Holiday decía que prefería como cantaba cuando era más mayor, que no hiciéramos caso a los viejos críticos que elegían su primera etapa. ¿Qué opinas?
El álbum The Last of the Rock Stars lo hice para mí. Lo pagué yo y además produje algunas de esas canciones, hice lo que quería de verdad. Llevé a Patti Smith al estudio porque quería su voz en «There is an End». Me divertí muchísimo haciendo ese álbum. Creo que cuanto más envejecemos, más experiencia tenemos; más vida y más dolor hay en nuestra voz. Hay canciones que canto ahora que no podría haber cantado hace cuarenta años, como por ejemplo «You can´t put your arms around a memory” de Johnny Thunders. Entonces, sí. Creo en lo que dijo Billie Holiday.
Aquí incluiste también «Ode to LA», la canción que hiciste previamente con The Raveonettes. ¿Cómo surgió esa colaboración? ¿Qué significó para ti trabajar con un grupo joven como ellos?
El productor Richard Gottehrer me preguntó si colaboraría con The Raveonettes. Cuando escuché la canción pensé, “¡Vaya! Si suena como en los sesentas, tengo las mismas sensaciones”. ¡Así que lo hicimos!
Patti Smith dijo una vez en una convención feminista que tú eras la chica a la que se quería parecer, quería cantar como tú, ser como tú. Es un honor, ¿no? Llegó a cantar «Be my baby” frente a Bill Clinton en un acto, Hillary lloraba de la emoción porque ama esa canción.
Amo a Patti. Nos incluyeron el mismo año en el Salón de la Fama del Rock & Roll. Ella dice cosas con las palabras de una manera tan especial… Es un honor lo que ella dijo, pero nunca me lo tomo en serio. Solo soy una chica del Spanish Harlem a la que le encanta cantar.
Brian Wilson dijo en una ocasión que «Be my baby» era la mejor canción de todos los tiempos. Supongo que estás de acuerdo.
No puedo decir que sea la mejor, pero Brian sí lo sabía. ¡Él tiene una máquina de discos y cada canción es ”Be my baby”! La puede pinchar cien veces si quiere.
A las Ronettes os introdujeron en 2007 en el Rock’n’Roll Hall of Fame, imagino que fue un día bonito, emocionante. ¿Qué crees que significó y significa todavía vuestro grupo para la gente?
Era la primera vez en cuarenta y un años en que mi hermana, mi prima y yo nos encontrábamos juntas en el mismo sitio. Y la última vez también, ya que mi hermana murió poco después. Y tener a Keith Richards como maestro de ceremonias, hizo que fuera una reunión de verdad, ya que todos viajamos juntos en 1964. Realmente ese momento fue especial, poder estar juntos de nuevo en un escenario. No tuve la oportunidad de apreciarlo entonces, pero ahora sí. The Ronettes era un grupo de rock & roll, y creo que eso influye. Una parte importante de actitud, el estilo propio de la calle y una mirada que nadie más tenía. Y por supuesto mi voz, que realmente fue inspirada por Frankie Lymon.
En su momento estuviste en contacto con The Beatles y The Rolling Stones. Grabaste con George Harrison en Abbey Road Studios y me consta que Keith Richards es un buen amigo tuyo. ¿Qué recuerdas de esa época?
En su mayoría fueron grandes momentos, hacíamos lo que amábamos. Fueron tiempos mágicos, no sabíamos qué esperar. A partir de entonces, de aquél momento, hay relaciones que nunca mueren. Veré a alguien que no había visto en décadas y es como si lo hubiera visto ayer. Y cuando pienso en John (Lennon) y George (Harrison), me pongo un poco triste.
Naciste en Nueva York, no sé si hace mucho que no vas. ¿Crees que ha cambiado el espíritu de la ciudad? Debía ser fascinante vivir aquello en los sesenta y en los setenta.
La música estaba en todas partes, los grupos cantaban en las esquinas, sonaba música como la de Tito Puente que salía por las ventanas de las casas.
Uno de los neoyorquinos más ilustres, del que ya hemos hablado antes es Joey Ramone. Él te produjo un disco, ¿cómo era trabajar a su lado?
Yo quería mucho a Joey. Él siempre estuvo ahí para mí, me empujó hacia adelante para seguir haciendo esto. Él me enseñó todo sobre la música, a olvidar la locura, a olvidar las demandas, los dolores de cabeza, simplemente hacer lo que siempre me ha mantenido en movimiento, la música. Y ese era Joey. Incluso voló a Londres para actuar conmigo cuando estaba enfermo, realmente no debería haber viajado en aquél momento.
En 2011 hiciste una versión fantástica de «Back to black» de Amy Winehosue. ¿Tuviste la oportunidad de conocerla? Tenía un gran talento, y en parte fue responsable del nuevo resurgir del soul.
No tuvimos la oportunidad de conocernos, pero cada vez que estoy en Londres veo a su madre Janice, se ha convertido en una amiga muy cercana. Amy era mi heroína, le gustaba vestirse como yo, moverse como yo. Su madre me lo dice cada vez que hablamos.
Fue una pena que muriera tan pronto, ¿no?
Hay mucha gente que muere, pero ella… ¡no, por favor! La primera vez que la vi me recordó a cuando yo estaba en California en los setenta. Entonces yo conocía pocas cosas, no tantas como Amy, no tenía tantos referentes, lo cual era una suerte. Vi una actuación suya en una radio en la que había una foto nuestra, de las Ronettes. Me encantó.
Por otro lado, quería saber qué opinas de todo este movimiento feminista tan en auge. ¿Cómo lo estás viviendo? ¿Crees que ha cambiado el rol en los últimos años tanto en la sociedad en general como en la industria musical?
Es maravilloso que suceda esto, durante años no fue posible, más aún en un negocio como este en el que hay muchos hombres. Estoy feliz de estar aquí y sentir esa fuerza. Todas hablan, todas opinan, ¡es fantástico! Es lo mejor que nos podía pasar, asistir a todos esos cambios.
En los sesenta había menos oportunidades, ¿no crees?
Por supuesto que no las había, en los sellos discográficos mandaban hombres, incluido mi ex marido. Todos los que estaban en puestos de producción eran hombres, ellos tomaban las decisiones. Por eso, es una buena noticia que ahora haya mujeres que también puedan ocupar esa posición.
Entrevista: Toni Castarnado