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Johnny Cash, «Hoy estoy sobrio, mañana tal vez no lo esté» / #EnRutaEnCasa

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Junto a su viejo colega de la época de Sun Records, el productor Jack Clement, y en una nueva discográfica después de casi tres décadas en Columbia, la voz más recia del country grabó uno de los mejores discos de su carrera, Johnny Cash Is Coming to Town. Entrevistado en Nashville por nuestro corresponsal, rescatamos aquella charla con un artista todavía muy alejado de los American Recordings y su final.

Nos encontramos en las oficinas de Polygram en Nashville, en la acera de enfrente está CBS, la compañía con la que Cash estuvo durante 28 años hasta que lo echaron en 1986. Por aquel entonces la decisión de CBS fue duramente criticada, entre otros por Dwight Yoakam, pero, ahora que las aguas han vuelto a su cauce, parece que la separación fue positiva. El nuevo responsable de Polygram en la capital del country, Steve Popovich, es un viejo amigo de Cash. Su idea de volver a reunir a Cash con Jack Clement —ambos habían trabajado juntos en los cincuenta durante la edad de oro de Sun Records— ha dado como resultado un elepé que es uno de los trabajos más satisfactorios y consistentes de toda su carrera, el perfecto contrapunto al doble retrospectivo Columbia Years publicado hace unos meses por CBS.

Cash & Clement

El sonido Cash sigue siendo el mismo, un ritmo firme y económico contra una voz poderosa que cuenta historias y describe personajes de los más memorables de toda la música americana. Pero la vida real de su autor ha contrastado siempre con este sonido robusto y simple. Su adicción a las pastillas empezó cuando era uno de los ‘’wild cats’’ de Sun Records (Elvis, Jerry Lee y él mismo); y creció durante los sesenta hasta que perdió la voz, a su mujer, y empezó a imaginarse que era uno de los jefes indios tan elocuentemente retratados en su disco Bitter Tears. Finalmente fue arrestado en un hotelucho mejicano: su única compañía eran un revólver y cien tabletas de anfetamina.

Entonces se casó con June Carter, miembro de la más famosa dinastía del country, la Carter Family. Y Johnny Cash renació. Se convirtió en un Hombre de Dios apasionado por la biografía del Apóstol Pablo. No duró mucho. Pronto regresaron los viejos hábitos, las inconscientes tendencias autodestructivas y las visitas a los amables doctores. Cuando entró en la clínica de desintoxicación de Betty Ford estaba peligrosamente cerca de la muerte y su matrimonio a punto de colapsar.

‘’Acabo de dejar a George Jones’’, me dice. ‘’Hemos volado en el mismo avión. Hoy estaba sobrio y hemos estado hablando de lo que duran las resacas cuando se llega a los 55 comparándolas con las de cuando teníamos 25 años. Me ha dicho que si se emborracha una noche, la resaca le dura dos semanas; así que decidió estar borracho dos semanas seguidas y pasar solo un día de resaca. No sé por qué razón algunos de nosotros somos así, pero si deseas cambiar de humor, como nos ocurre a los artistas, empiezas a tomar drogas y alcohol. Durante un buen tiempo funciona, pero cuando ese tiempo transcurre tienes que pagar tus deudas. Recuerdo haber visto a Carl Perkins en mi autobús, de rodillas, rezando para morirse porque el efecto del alcohol se había desvanecido’’.

Cuando Cash se liberó por primera vez de la adicción lo celebró redactando una autobiografía (The Man in Black) terrible y atormentada. ‘’Parece una contradicción, pero seguía fiel a mis principios aun estando drogado. Kristofferson dijo de mí que era una contradicción andante, mitad verdad y mitad ficción. Entonces descubrí que la adicción al alcohol y las drogas había sido declarada enfermedad en 1955. Nunca tomé cocaína o heroína, solo pastillas. Tomaba Percodan, que es morfina sintética, speed y somníferos. Cuando lo dejé tuve que decirle a mi grupo de acompañamiento que no podía haber drogas o alcohol a mi alrededor cuando estuviéramos en la carretera. Si hay algo a mi alcance, quiero mi parte y no puedo evitarlo. Les dije que si querían conservar su trabajo y que yo siguiera con vida, no podían tomar drogas. Así que los tres lo dejamos al mismo tiempo. Eso ayuda’’.

 

Sin embargo, el mito de Cash se sustenta en algunas contradicciones. Es posible que sea, como dice la canción, el forajido que disparó a un hombre en Reno solo por verlo morir, pero también ha sido acompañado durante los malos tiempos por un poderoso matriarcado. Cuando sus compañeros de borrachera se han ido, quedan June Carter, sus hijas y la infatigable Mama Cash. ‘’Desde que empecé a cantar mis padres nunca han vivido a más de una milla de mí. Mi padre tenía 88 años cuando murió en la navidad del 85. Una de las cosas que me dejó fue el amor por el trabajo duro. Me encanta salir a la carretera, ahora más que nunca, viajar y hacer conciertos. Mi grupo está mejor que nunca. Me encanta, siempre ha sido así y siempre lo será. Mi madre trabaja en The House of Cash [un museo dedicado al cantautor]. Vende souvenirs, fotos autografiadas y hasta su propio libro de cocina’’.

La carrera musical de Cash cayó en desgracia durante la época en que presentaba su propio show de televisión —donde, a pesar de lo que opinara el stablishment country, tenía como invitados a Pete Seeger, Bob Dylan, Louis Armstrong, Mahalia Jackson o The Who—y nunca recuperó el ímpetu de sus discos en directo grabados en prisiones a finales de los sesenta, elepés en los que afrontó con inusitado éxito sus conflictos internos con el sentimiento de frustración de los hombres de San Quentin y Folsom Prison.

Recientemente, además de sus ya conocidos problemas personales y sus giras, Cash —que disfruta de una estabilidad económica no siempre compartida por sus contemporáneos— ha sido actor, ha escrito y ha dirigido películas. Viajó como embajador de la música country, grabando en Praga con una banda local de bluegrass y en Jamaica con Rita Marley y un grupo de calypso. Pero, a pesar del brillante «The Chicken in Black», de su trabajo junto a Willie Nelson y Waylon Jennings en The Highwaymen, e incluso de su comprensible guiño a Springsteen en el elepé Johnny 99, Cash era una reliquia del pasado que ya lo había dicho todo y solo podía aspirar a recordar glorias pasadas.

Esta situación no se arregló precisamente con el tan cacareado Class of 55, donde cantó junto a sus viejos colegas de Sun: ‘’No tuve nada que ver en la selección de temas. Mis mejores interpretaciones deben estar en una cinta por alguna parte. Lo mejor fue el buen rato que pasamos. Vivimos tres días de gloria, diversión y recuerdos, pero pienso que, al final, fuimos los únicos que nos divertimos’’. Su nuevo trabajo, Johnny Cash Is Coming to Town, nos presenta a un artista que exhibe esa suerte de madurez que enriquecía las mejores interpretaciones de Elvis a finales de los sesenta. Su voz ha ganado fuerza con el paso de los años.

‘’Es el mejor disco que he hecho hasta ahora. Trabajé durante seis meses sin parar. Jack Clement es una persona inusual: me encantó trabajar con él, porque es totalmente impredecible, y eso me gusta. Hoy le gusta una cosa y mañana puede odiarla. Yo soy igual. A veces parecemos los peores enemigos. Yo salgo dando un portazo. Pero siempre vuelvo; necesito esa tensión. Deberías visitar su estudio, entenderías por qué me siento confortable allí’’.

Clement sigue siendo uno de los productores más brillantes, divertidos y fascinantes de Nashville; el bufón en una corte que no admite salidas de tono. Le gusta llamar a Cash Capitán Decibelio: ‘’Tiene una de las voces más asombrosas de cuantos han trabajado conmigo, con solo un poco de eco suena como si pudiera llenar un valle’’, dice Clement. ‘’Creo que aprendió mucho sobre su voz grabando este elepé. Le hicimos grabar sin auriculares, lo que es muy importante; los auriculares son antinaturales y hacen que los cantantes no se den cuenta de sus fallos. Es un original, definitivamente uno entre mil. Como Jerry Lee Lewis, hace que te preguntes cómo es posible que siga vivo. Es un milagro que siga estando en este mundo. Cash ya ha superado lo de leyenda viviente, está casi en los dominios de la ciencia-ficción, se le reconoce en prácticamente todos los lugares a los que va. Pero sigue siendo una persona, de vez en cuando se pone algo divo, pero creo que, para lo famoso que es, lo lleva bastante bien’’.

Cash siempre ha evitado la implicación política directa. La única vez que tocó a beneficio de un presidente fue para el primo de su mujer, Jimmy Carter, y precisamente cuando las posibilidades de reelección de este eran mínimas. Como la contradicción que es, Cash siempre ha sido identificado con la fracción más conservadora de América; todo ello sin tener en cuenta su trabajo por los derechos de las minorías, ni su amistad con predicadores calvinistas y agitadores sociales. ¿Es amigo de Ronald Reagan? ‘’Le conozco pero no es amigo mío’’.

¿Qué piensa de él? ‘’Que debería pasar más tiempo en Santa Barbara tomando el sol en vez de intentar gobernar la Casa Blanca. Vi como la pensión de guerra de mi padre se convertía en nada antes de su muerte. Lo mismo ocurre con todas las pensiones. Si este país puede permitirse dar billones a los Contras y gastar billones en armamento, debería también hacerse cargo de los pobres y los ancianos. No debería haber gente durmiendo en las calles en el centro de Nashville. Si hay 2.500 personas durmiendo bajo puentes y en las esquinas de Nashville, imagina cuántos debe haber en ciudades como Los Angeles o Nueva York. No debería ser así, y lo peor del caso es que la mitad de esos 2.500 de Nashville son veteranos de Vietnam. Esos tíos siguen con un estigma, han tenido un mal viaje con drogas, y tantos malos rollos, que se han rendido’’.

Su nuevo disco no solo demuestra que está en excelente forma artística, también le presenta como una persona más razonable y reflexiva que la que escribió en 1975 The Man in Black. ¿Si la escribiera hoy, sería una autobiografía diferente?

‘’Debería ser más humilde. Mis últimas experiencias en hospitales y centros de desintoxicación me han hecho más modesto. Me di cuenta de que no podía controlarlo. Hoy estoy sobrio, y lo he estado durante tres años, pero mañana tal vez no lo esté. Nunca sé lo que puede suceder’’.

 

 

Texto: Stuart Campbell.

Artículo publicado en Ruta 66 nº 27, marzo de 1988.

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