Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.
Podría haber escrito esta reseña sin escuchar “JPEG RAW”, el nuevo trabajo de Gary Clark Jr., ¿Por qué digo esto? Porque nada con semejante estupidez por título merece la pena ser escuchado. Sin embargo, el respeto a ustedes y a mi mismo, gran admirador del ex guitarrista de blues texano, me ha obligado a invertir una considerable cantidad de tiempo en empaparme de canciones como “Maktub”, una abominación en la que toman prestado el riff principal de “Higher Ground”, de Stevie Wonder, o “What About The Children”, que cuenta con el propio el propio Wonder como coautor e incluso a las teclas y voces, con fatídico resultado que redondea tremendo despropósito de LP. Lo único rescatable es “To The End Of The Earth”, porque en ella se puede vislumbrar algo del talento de Clark y, sobre todo, porque dura poco más de un minuto.
Quiero dejar clara una cosa, Gary Clark lo tiene todo para ser un grande del blues, del rock y, probablemente, del soul. Su empeño por disimularlo no nos debe confundir. Su primer disco en directo es considerado una joya, pero no es su única gran referencia. “The Story of Sonny Boy Slim”, que vio la luz en 2015, es brillante. Un ejercicio de rock, blues, soul, grandes dosis Motown y la cantidad adecuada de eso que los expertos llamamos “mierdas modernas”. Aquel Gary, orgulloso heredero de Jimmie Vaughan y Eric Clapton, tenía mucha clase y un sonido espectacular. Siempre acompañado de sus Fender Vibro King, su actuaciones eran una apuesta por el blues y el rock, en algunos conciertos baja tempos hasta casi convertir cortes como “Numb”, “Bright Lights” o su versión del “Catfish Blues” en stoner. Las plataformas de streaming están llenas de conciertos en los que pueden ustedes comprobar lo que estoy diciendo, sus actuaciones en 2016, como la que ofreció en el Antone’s, su club de Austin, Texas, son un buen ejemplo. En aquellos tiempos, que parecen muy lejanos ahora, su banda en directo estaba integrada por el batería Johnny Radelat, el bajista Johnny Bradley y a la guitarra rítmica Eric ‘King’ Zapata. Con esta formación sus directos eran incontestables, tanto en esa gira como en las anteriores, no en vano es la misma que inmortalizó sul popular “Live”, álbum con el que alcanzó prestigio a nivel internacional, ganándose la fama de ser el heredero de los grandes del blues del estado de la estrella solitaria. Nadie puede decir que vio a nuestro hombre en aquellos años y no lo disfrutó, pero algo se ha roto en el universo Clark y no parece tener remedio.
Como empezaba diciendo, podría escribir estas líneas sin haber escuchado una sola nota de las contenidas en “JPEG RAW”, el título habla por sí mismo. Sin embargo, no solo lo he escuchado más de lo que cualquier médico considera saludable, he leído tantas críticas como he podido. Si en mi anterior reseña me acordé de los críticos especializados españoles, esta vez merecen una mención los anglosajones: Either you have no taste or you are all Gary’s grandmas —O no tenéis criterio o sois todos las abuelas de Gary—. Permítanme citar a Joe Gross, que ha escrito lo siguiente para Rolling Stone (https://www.rollingstone.com/music/music-album-reviews/gary-clark-jr-jpegraw-review-1234992023/): “JPEG RAW es a la vez una instantánea musicalmente densa de un padre fumeta estadounidense que intenta centrarse en un mundo que permite todo lo contrario, y un álbum que amalgama una variedad de sonidos, influencias, riffs y samples sin dejar de encontrar espacio para los abrasadores solos de guitarra que forjaron su reputación”. No entro a juzgar al Gary Clark padre, pero es evidente que las canciones que nos ocupan son una amalgama de ‘sonidos’ hilvanados con un ciego de marihuana mantenido en el tiempo, de esos que le nublaron el juicio a Snoop Dogg.
Pocas palabras definen mejor el último calza-mesas de Clark que “amalgama”, según la RAE, una unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta. Tan es así, que algunas de las canciones parecen haber sido compuestas usando una técnica de escritura surrealista conocida como “cut-up”, desarrollada por William Burroughs, respetado miembro de la generación beat, autor de novelas como “Junkie: Confessions of an Unredeemed Drug Addict” o “Naked Lunch” e ilustre adicto a la morfina y la heroína, entre otras cosas. El “cut-up” consiste en escribir una pieza literaria de manera convencional y lineal, recortarla palabra por palabra y reorganizarla de forma arbitraría. William Burroughs hacía esto de manera recurrente, utilizando recortes de periódico y aseguraba que al reorganizar las palabras de un artículo de manera aleatoria, era factible predecir el futuro. ¡Que me parta un rayo si Gary no se ha fumado las dieciocho novelas de Burroughs! Puedo imaginar a Clark junto a Jacob Sciba, su amigo y productor, despiezando demos de canciones dignas para meter dichos fragmentos en diminutas bolas de plástico. Una vez hecho esto, que sin duda es la parte más compleja de todo el proceso ‘creativo’, colocaron las esferas en uno de estos bombos de bingo doméstico, con los que las alegres y ludópatas familias estadounidenses matan el tiempo en navidades. A partir de ahí, basta con echar unos cartones y que el surrealismo propicie el flujo de ideas con la libertad que otorga la absoluta ausencia de criterio, nada que Warner Records Inc., subsidiaria de Warner Music Group, no haga todos los días con éxito.
Dolphin Riot