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Steve Gadd – Festival de jazz de San Javier

Algún que otro rutero, seguidor fiel de la consigna “tiempos de rock n’ roll” se podrá preguntar qué demonios hace una reseña de concierto, primero, de un festival de jazz y segundo, una banda esencialmente de fusión como en este caso. En mi modesta posición intentaré aclarar al menos la cuestión. En cuanto a la primera, de manera generica hace ya tiempo que los festivales de jazz al uso (Montreux fue pionero) cuelan progresivamente en su programación solistas o bandas que poco tienen que ver con el jazz (ZZ top repiten a menudo en Suiza, Waterboys este año en San Javier, Mavericks el pasado año…) por lo que a éstas alturas de la función solo los muy puristas de ambos lados deben escandalizarse. Esto es un negocio y hay que buscar la rentabilidad para que siga en funcionamiento en beneficio de todos. La segunda, en lo que al lector se refiere, una vez se profundiza en los componentes de la agrupación, no puede haber duda de que por méritos propios, conjunta o individualmente, aparezcan por aquí.

Si hablamos del jefe del cotarro, que no es otro que el legendario baterista Steve Gadd, no podemos pasar por alto su no ya extenso curriculum como músico de sesión que no repetiremos aquí, sino la excelencia que posee en su técnica y la unanimidad que provoca al ser citado como una de las mayores influencias entre sus colegas más reputados. Ser músico de estudio muy solicitado desde hace más de cuarenta años, y además fijo en las grabaciones y giras de Eric Clapton y James Taylor, está al alcance de muy pocos. Tocar blues con el inglés ya citado, jazz en todos los formatos habidos (tiene incluso un disco de duo trompeta y batería con su amigo de la infancia Chuck Mangione) o folk-rock con Paul Simon, y sobre todo dar forma al nacimiento del jazz-fusion con Chick Corea y evolución al sonido Laurel Canyon allá por principio de los 80, justifican sobradamente un concierto al que necesariamente había que acudir, al menos como cita histórica.


Sus acompañantes, todos con nombre propio en los créditos del disco que presentaban, forman un elenco que también habla por sí solo y forman parte en mayor o menor presencia de la banda de acompañamiento de James Taylor en los últimos 25 años. Con la ausencia del guitarrista Michael Landau, sustituido por David Spinozza (que colaboró con Mccartney y Lennon por separado tras la ruptura Beatle) la banda se completaba con el trompetista Walt Fowler, que entró con 19 años en los Mothers de Zappa (ahí es nada) aparte de productor y compositor.

Destacada la presencia al piano y teclados de Kevin Hays, promesa ya consolidada del jazz actual con varios discos a su nombre en Blue Note, quien alternó piano eléctrico y estuvo muy comedido en todo momento, pese a la posición solista que requirieron temas puntuales, llegando a cantar incluso en la propina final de manera más que notable. El acompañante de la sección rítmica y que se compenetraba con la precisión que el líder requiere no era otro que el gran Jimmy Johnson, bajista muy reconocido y solicitado por el tono equilibrado que ofrece su bajo de cinco cuerdas. Tantos años juntos ofrecen una solidez y un colchón que el resto sabe aprovechar, funcionando como una máquina perfecta pero que suena natural, y que permite que se pueda prestar atención a cada momento de lucimiento de sus componentes, sin que ninguno de ellos apabulle o eclipse la sonoridad general.

El repertorio que ofrecieron se basó principalmente en su último trabajo (indicar que ganó un Grammy a veces no se sabe si es más bien contraproducente pero ahí está el dato que no podemos obviar), ofreciendo temas de corte más fusión y compuestos en su mayoría por los miembros del grupo de forma conjunta o individual, incluyendo al ausente Michael Landau. La música fue fluyendo de manera atemperada, sin sobresaltos o exposiciones demasiado extensas como para destacar a alguno de los intérpretes. Temas de tempo perfecto (desde 58ppm hasta 164 ppm), guiados con pulso firme por el maestro (a veces los tempos lentos son más complejos de ejecutar) o las influencias brasileñas en Timpanogos de Fowler, permitían unos rellenos por parte de Gadd marca de la casa, repartiendo sus característicos tresillos por la ya clásica Yamaha Custom Recording negra.

Momentos más reposados en los que hacía lucir sus cuatro escobillas en ambas manos, pero no en modo pirotecnia sino perfectamente ejecutor de un sonido preciso y necesario en el contexto del tema. En su condición de líder fue presentando todos los temas uno a uno, y dirigiendo los tempos a marcar en cada momento, dejando incluso pocos momentos para sus solos, que fueron contados y exprimidos en tiempo record para no aburrir al personal que aprovecha ese momento para ir al bar a pedir un vino blanco (esto es jazz). La veteranía es un grado, siendo que además Gadd nunca ha destacado por exhibirse en solos largos, ya que es sabedor y los demás conocedores, que el acompañamiento que ofrece a quién le contrata es ya de por sí una lección magistral.

Recuerdo para los miembros antiguos de la banda como Larry Goldings en su “Sly boots” o Michael Landau en “Auckland By numbers”, hacen que esto funcione como una hermandad de gente que ha coincidido a lo largo de los años en incontables ocasiones y que como tal se agradezcan su amistad en esas colaboraciones. Nosotros, por nuestra parte, agradeceremos eternamente la existencia de estos MUSICOS con mayúsculas, y los escucharemos una y otra vez en nuestros íntimos auriculares y veremos en las retinas de nuestros móviles que captaron instantes mágicos.

TYexto y fotos: HECTOR FDEZ. BASELGA

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