No se trata de sociologismo sobreinterpretativo, pero sí es evidente que la reciente paternidad de Jorge Pérez (Tortel) ha tenido una destacada influencia en este disco. Y no es que antes no estuviesen los indicios (melódicos), pero ahora el pop más es electrónico, los ritmos lúdicos han evolucionado hacia una organicidad más ambiental (y sosegada). Y no es tanto un absceso de sentimentalidad como una necesidad de comunicación más libre, menos condicionada por el hit y menos dramática; más orgánica. Las imágenes predominan sobre las historias. Las canciones ahora aman al concepto y la experimentación. Lo que implica una menor fijación por la armonía, y una mayor (des)individuación. Pero, irónicamente, hay más intimidad, una emocionalidad más épica. Una voz intervenida por la tecnología, que se replica (y se proyecta) múltiple a sí misma, que trata de ganar tiempo, dejándose mecer; y unos ritmos más volcánicos, que fluyen ardientes, pero en un sosiego que batalla contra la (pre)sentida felicidad pretérita que ahora ya no es cábala sino fortuna. No siendo un disco definitivo es un disco total. De crecimiento. Un cambio de rumbo. El entusiasmo es ahora virtud. Y ociosa mesura. Voilà.
JOSÉ DE MONTFORT