Al igual que el Kaoss Pad que maneja, Joseba Irazoki sabe procesar las señales de entrada que emergen de su imaginario y los convierte en materia sonora con pasmosa sencillez. Pero, recordemos, el navarro no es una máquina, aunque lo parezca. Irazoki arriesga, como lo hacen Willis Drummond o Borrokan, bandas coetáneas y amigos a los que hace referencia el título —ojo al matiz: colegas no grupo—, amén de Jaime Nieto, ahora en Atom Rhumba, y gestiona las voces que le hablan en su cabeza para convertir lo difícil en fácil —escuchen con los cascos «Gose Naizelarik»—; en equilibrar los mantras de psicodelia en pop («Gezurrezko Bizia»), escupir guitarrazos («Salbatzaileak»), seguir experimentando por el camino («AAAAA»), improvisaciones incluidas —la canción escondida del disco cristaliza estas facetas— e idas de olla («Zu al zara II»). Solo en ese sibilino riff que abre el disco y el tema «Lucio eta Durutti», converge la creatividad de las guitarras a la que siempre le asocian, mirando al Nueva York de los setenta desde la merindad de Pamplona y alimentada de los eternos viajes, entre Francia y España o Latinoamérica, entre los que Joseba curte su carrera musical. Un elepé grabado entre gira y gira y que pone el rock hecho en Euskal Herria en cuotas artísticas dignas de este siglo.
ÁLVARO FIERRO