Sufrir más de la cuenta por alguno de tus ídolos es algo muy desagradable, y esa es la sensación que tengo cada vez que veo a Gillan al frente de Deep Purple intentando recrear un pasado que ya no puede festejar como es debido. Por eso, que haya recuperado a sus viejos amigos de los sesenta para grabar un disco donde homenajear sus más profundas raíces, es como un soplo de aire fresco. Ya no hay que preocuparse de llegar a esos tonos imposibles y no morir en el intento, ahora tan solo se trata de reunirse, escuchar algunos ‘’oldies’’ en un viejo tocadiscos, escoger un repertorio y grabarlo de la manera más natural posible. Incunables de la Motown, Chuck Berry, Leiber&Stoller, Ray Charles o Bo Diddley desfilan por aquí sonando honestos, desnudos y tremendamente respetuosos. Es un divertimento entre amigos, no es un proyecto duradero ni ambicioso, se trata tan solo de volver a los días de garaje aunque estos queden ya muy lejos y los protagonistas hayan sobrepasado, en su mayoría, las siete décadas de vida. Alguien me comenta que el repertorio tiene muy poco riesgo y que se compone en su mayoría de canciones escuchadas una y mil veces. Tiene toda la razón, pero si nos tomamos esto como una simple y sentida muestra de respeto a una era ya pasada, se trata de un disco muy disfrutable y, creedme, cuando Gillan no tiene que angustiarse con llegar a los tonos de «Black Night» todavía sabe cantar con mucho gusto y elegancia.
ANDRÉS MARTÍNEZ