Sin categoría

Lou Reed, una noche salvajemente perfecta

Se cumplen veinte años de un acontecimiento que quienes lo vivieron en las primeras filas no olvidarán. El neoyorquino y su banda, en formato electro-acústico, actuando con la catedral de Barcelona como telón de fondo. Recuperamos la crónica de aquel concierto ya histórico.

‘’Es posible que hagamos otra obra teatral con Robert Wilson, estamos trabajando con mi grupo en un nuevo álbum para el año que viene, y mañana tocamos en Roma’’, puntualizó un expeditivo Lou Reed cuando, tras su memorable concierto del pasado 24 de septiembre, le plantamos una cámara de BTV, la tele local, ante sus míticas narices. ‘’¿Estás lo bastante cerca?’’, le soltó con desarmante socarronería al cámara mientras yo formulaba preguntas. Nunca se está demasiado cerca del objeto de escrutinio, él debería saberlo mejor que nadie. Después de Roma, tocaba en Mallorca como parte de una breve gira mediterránea que había comenzado en Lisboa. Fueron actuaciones marcadas por el brillo de auténticos acontecimientos —como el que le llevó a tocar para unos pocos privilegiados en la casa de García Lorca en Granada— más que funcionales fechas en una larga gira promocional.

El BAM, apéndice musical en vanguardia de las fiestas patronales de la ciudad, jugaba este año una carta impepinable. La presencia acústica y gratuita, ante el incomparable marco de la catedral, de uno de los iconos rock más queridos por los barceloneses. Los ilusos organizadores esperaban unas cinco mil personas, pero a la hora de la verdad más de veinte mil almas bullían en la plaza y calles adyacentes. Por lo tanto, las opiniones sobre el concierto en sí difieren radicalmente, entre los que estaban tan alejados del escenario que solo podían percibir una cara en las pantallas de video y un lejano murmullo, y los que previsores llegaron con horas de antelación para hacerse con una de las mil sillas dispuestas ante la catedral. Sillas que tardaron en desaparecer lo que tardó Lou Reed en soltarnos «Sweet Jane» y «I’ll Be Your Mirror», pues el respetable se deshizo de ellas para dar cabida a más personas en la invadida platea. Lo que podía haber causado una catastrófica avalancha se solucionó con un civismo que los organizadores de tamaño desaguisado no merecían.

Desde primera fila, donde estaba nuestro alcalde Clos con pinta de recién enganchado a la liturgia rock del neoyorquino, el espectáculo era francamente colosal. Y, por supuesto, irrepetible. Lou Reed y sus secuaces de los últimos tiempos (el guitarrista y ex cuñado Mike Rathke, el bajista de años Fernando Saunders, el prodigioso batería Tony Thunder Smith) fundiéndose bajo los focos con la fachada iluminada de tan egregia construcción. Tras aquellos dos primeros temas con denominación de origen Velvet, el repertorio, como ocurre en su disco Perfect Night: Live In London, se concentró en dar pábulo y esplendor a su cancionero en solitario. En este sentido, las primeras andanadas resultaron soberbias. Interpretándolas en formato acústico-eléctrico, un rejuvenecido Lou Reed nos soltó una tras otra «The Kids», «Perfect Day», «Vicious», «Kicks» y una apasionada «Street Hassle». Esta última con falso inicio, pues el desmemoriado divo la empezó a cantar por la segunda estrofa y, al darse cuenta, recapituló. Cosas de la edad.

A partir de ese punto álgido el recital espació su intensidad con citas a la ópera Timerocker, compuesta para el teatrero Wilson, de la que sonaron «Talking Book» y dos temas discográficamente inéditos: «Turning Time Around», precioso, «Future Farmers», olvidable. Durante la entrevista, tan parca como sus contadas alocuciones en escena, anunciaría: ‘’Timerocker solo existe cuando la representamos con Bob Wilson o cuando la tocamos en nuestros conciertos, no va a publicarse en disco’’. A lo que reaccioné con una simpleza para salir del paso: ¿por qué ha tardado tanto el Lou Reed autor en llegar al teatro, una conexión obvia? ‘’No lo sé, la verdad. Yo tampoco me lo explico’’, fue su lacónica respuesta, tan tacaña como su comentario sobre A Rock & Roll Heart, el documental hagiográfico presentado en el festival de San Sebastián y emitido por Canal Plus la noche antes del concierto. ‘’Está autorizado por mí. Lo realizó un buen amigo, Timothy Greenfield; le dejé hacer más o menos todo lo que quiso…’’. ¿Más o menos?

La antológica velada prosiguió con guiños a episodios de los ochenta —«Legendary Hearts» o «New Sensations» lo fueron— y a títulos más recientes como «Set the Twilight Reeling» o ese formidable «Dirty Blvd.» que cerró el concierto. En aquel momento, ante la histeria del público, el señor alcalde decidió dejar su asiento en la zona VIP y buscar refugio, lo que motivó la jubilosa invasión de dicha área para el bis de rigor con «Satellite of Love» y «Walk on the Wild Side». Aunque fue un bis abreviado con respecto a lo previsto, la entrega que Lou Reed había demostrado durante hora y media sorprendió a quienes le habíamos visto por última vez a su paso por el Doctor Music Fest en Escalarre, 1996, donde se limitó a dejarse querer y cumplir con el expediente festivalero. El formato semi-acústico le va bien a estas canciones, encaja con un intérprete que siempre afirmó que ‘’la intensidad viene del corazón, no del volumen’’.

La selección de temas y el calor instrumental ayudaron a superar ese bache que, en el disco, llega a mitad de recorrido. En Barcelona —era su séptima visita— el legado de Lou Reed sonó mejor que en Londres, aquí sí vivimos una ‘’noche perfecta’’, como él mismo la calificó con celo promocional. Naturalmente, el decorado y el entorno ayudaron lo suyo; lo explicaba ante la cámara el empollado protagonista: ‘’Es una hermosa catedral, con una fachada del S. XXVI y un interior del S.XIV. Y el público ha estado genial. Digamos que ha sido mucho mejor que actuar en un parking. No le ha ido mal a la música’’.

A la mañana siguiente caía sobre la ciudad ese temporal que se había anunciado durante la tarde del concierto. Un aguacero de muchos litros por metro cuadrado que quiso respetar a Lou Reed en su cita, entre piedras milenarias, con el público barcelonés. Una noche, si no perfecta, sí excepcional. Lo confirmaban los titulares de los periódicos a la mañana siguiente, mientras diluviaba sobre las calles y yo todavía no había podido conciliar el sueño.

 

Texto: Ignacio Julià

Fotos: Xavi Mercadè

Publicado en Ruta 66, nº 143, octubre 1998.

 

 

 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contacto: jorge@ruta66.es
Suscripciones: suscripciones@ruta66.es
Consulta el apartado tienda

Síguenos en Twitter