En 1979, Chuck Berry publicó su último álbum en vida: Rock It, un estupendo álbum (¿ha grabado alguno malo?) que pasó desapercibido en un tiempo donde los gustos musicales oscilaban entre el punk, la new wave y el post-punk. ¿A quién le interesaba un disco rebosante de rock&roll, melodías y riffs escupidos por una Gibson? Solo él sabe el porqué, pero con tan solo 53 años se retiró de los estudios para concentrarse en los conciertos. A partir de aquí no está muy documentada esa época. El primer disco es Tokyo Session, un excelente álbum oficial pero lamentablemente solo para el mercado japonés. Publicado por Eastworld —sello nipón propiedad de la multinacional EMI— resume el paso de Berry por Japón en abril de 1981, una gira de cinco fechas.
En la trayectoria profesional de Chuck Berry, los años ochenta se caracterizan por dar casi un centenar de conciertos cada año, eso sí, sin banda estable. Con el fin de abaratar costes y obtener mayor beneficio, imponía en el contrato una banda local, la cual conocía pocos minutos antes de salir al escenario. Son conciertos rutinarios, a menudo con músicos que se pierden cuando a Chuck le da por improvisar. Es posible conseguir algunas grabaciones piratas, normalmente conciertos que eran retransmitidos por emisoras de radio con un sonido bastante aceptable pero, ya digo, no levantan al oyente. Uno de los pocos que se salvan es el que dio la Nochevieja de 1988 en el Palladium Theater de Nueva York y que retransmitió la cadena WNEW-FM, una clásica de la ciudad de los rascacielos. Parte del concierto circulaba por ahí con varios títulos, uno de ellos con el imprevisible The Sheik Of Chicago (¿?), pero ahora ha sido editado más seriamente, por lo menos a nivel de presentación porque detrás está Rox Vox, una discográfica establecida en Chipre cuyo catálogo se nutre de bootlegs de conciertos retransmitidos por radio. El libreto interior contiene una breve biografía y la transcripción de una entrevista realizada al músico por el periódico L.A. Times en octubre de 1987. Eso sí, los errores en los títulos de las canciones son garrafales.
El sonido es bastante decente aunque el bajo es prácticamente inaudible. Con una banda no acreditada, lo único que se sabe es que interviene Ingrid Berry en las versiones de «Key To The Highway» y «Got My Mojo Working», viniendo a demostrar que su hija es tanto una excelente armonicista como cantante. El resto del repertorio se nutre de clásicos pero el momento culminante son los medleys finales de «Carol» / «Little Queenie» y el apoteósico de «Reelin’ And Rockin’» / «House Lights», seis y trece minutos respectivamente de un Berry inspirado con la guitarra que viene a demostrar que el título de El Padre de Rock&Roll no es algo otorgado gratuitamente. Como bonus, un fantástico corte de «Bio» emitido por la emisora KBCO-FM de Boulder, Colorado, a principios de los noventa que obligatoriamente hace preguntarse dónde demonios está el resto del concierto.
MANUEL BETETA