Este revelador álbum es el resultado de una experiencia única. Durante dos meses, Lucy Rose viajó por Sudamérica. Eso sí, sin seguir las reglas habituales del juego. Fueron sus fans los que le organizaron los conciertos y la acogieron, con lo cual había un contacto más directo y natural, y eso lo plasmó en un documental que actúa como píldora inspiradora. Al volver de esa aventura, ella tenía material suficiente para grabar, solo faltaba poner orden, situar la acción. Y según se interpreta en las letras, en los títulos, todo gira en torno a esa experiencia vital. El disco lo grabó en Brighton, viajes diarios de ida y vuelta, y la compañía de un grupo de músicos que como ella, emergen con fuerza. Miembros de Daughter, de Bear’s Den, de Matthew & The Atlas y, sobre todo, las voces al completo de The Staves en dos cortes, con más presencia en «Floral Dresses». De ese modo, se capitulan las armonías, y así, sin apenas esfuerzo, surge la delicadeza. En el salón brillan con fuerza los rayos de luz, y Lucy Rose lanza una mirada al infinito, con la misma indiscreción de Beth Orton o Fiona Apple. Incluso, le dedica una canción («Moirai») al Dios griego del destino. Por algo será.
TONI CASTARNADO