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50 Festival int. de Cine Fantástico de Catalunya (Sitges)

Calma repleta. Así definiría este rutero cualquiera la sensación de convivir durante 10 días seguidos con el monstruo que es este festival de cine, en esta edición tan especial, la número 50. Como zombis a la sangre –de los de antaño, de los lentos-, cientos de acreditados y centenares de miles de espectadores se han dado cita entre los dos fines de semana del puente del pilar, en esta albarada localidad, emplazada estratégicamente en la costa barcelonesa aprovechando los balcones rocosos del Garraf.

La pirámide arquitectónica del hotel que acoge el evento, sita en el puerto de Aiguadolç, esconde en sus entrañas el constante devenir de una agenda de vorágine, como presagio de que Kong, la bestia adoptada por el certamen, fuese a trepar por los balcones de un momento a otro. Atendiendo al número de secciones, películas y pases programados, la dinámica puede llegar a matarte a cafés, acostumbrados como estamos a traducir la palabra festival como sinónimo de cerveza.

El King Kong que desde el mar se defiende del ataque aéreo en la careta animada del certamen ha sido proyectado, en esta quincuagésima edición, como presentación a casi 400 películas -384 concretamente-. Récord de espectadores y de venta de entradas al cerrar el telón, confirmando por palmarés lo que ya se había apuntado en el programa: Sitges es más que un festival internacional de cine de terror, incluso más que el festival de cine fantástico más importante del mundo. Incluye secciones en la órbita del género: thrillers y cintas de acción, pero también cine de autor de primera fila y anime, aunando mucho de lo mejor, de entre lo presentado durante el año en los otros festivales destacados del planeta.

Guillermo del Toro proyectó en la inauguración su onírica The Shape of Water, ejerciendo además de locuaz padrino del evento. Tiene para todos y contagia con su verborreica intelectualidad cinematográfica. Los premios mayores de la sección oficial a competición recayeron en propuestas europeas: mejor película, Jupiter’s Moon, del magiar Kornél Mundruczó, una fábula de contenido social acerca de la crisis de los refugiados, que asimismo se ha llevado el reconocimiento a los mejores efectos especiales. Premio especial del Jurado para la noruega Thelma, la denominada Carrie nórdica. Mejor dirección para la francesa Coralie Fargeat por su violenta ópera prima, Revenge.

La indonesia Marsha Timothy recibió el galardón a la mejor actriz por Marlina The Murderer in Four Acts, un drama rural en el que las mujeres se revelan. The Ritual elevó a Rafe Spall como el mejor actor. Mejor fotografía para la remarcable A Ghost Story, y gran premio del público para la comedia negra española Matar a Dios, que propone un guión desternillante al menos en su primera parte. La mejor película de animación fue Tehran Taboo, aunque bien podría haber sido la china Have a Nice Day, una verdadera obra de arte, del séptimo y del noveno. El premio de la crítica fue ex aequo para la brasileña As Boas Maneiras¸ una delicada historia sobre el amor verdadero al monstruo, y para la esperada e inquietante The Killing of a Sacred Deer¸del griego Yorgos Lanthimos.

Más allá de todos estos galardonados, es de destacar la belga Laissez Bronzer les Cadavres¸un prodigio de la fotografía y el montaje al servicio de la acción. Vertiginosamente atractiva. Despuntó igualmente la brasileña Mal Nosso¸ cuya trama te lleva a lo más recónditamente oscuro del alma humana. Para muchos, Sitges es ese tránsito en el cual no sabes adónde te llevan. My Friend Dahmer hace honor al cómic de “Derf” Backderf, aunque si uno lee primero la novela gráfica nunca sabrá hasta qué punto es buena la peli o lo es el cómic. Mom and Dad, obtuvo el premio inexistente a la mejor comedia (negra), con un Nicolas Cage que, peluquín en ristre, borda un código tan a su medida que parece interpretarse a sí mismo, a lo Bill Murray. Imperdible.

También recomendables la rusa Closeness, una crudité inolvidable con polémicas imágenes snuff incluidas; la francesa La Serpent aux Mille Courpures, un thriller con final western; la quebequesa Lés affamés, una de zombis con perspectiva de autor y, en último término, la gallega Dhogs, de Andrés Goteira: bien planteada, incluye espeluznante sorpresa que desvela el verdadero tema tratado. Quizá le falta un punto de cocción para ser cinco estrellas, pero este joven director debería crecer hasta ser un grande.

Mención aparte merecen las propuestas del más lejano oriente. Desde Japón, el ovacionado Takashi Miike aportó tres cintas a esta edición. Blade of the Immortal, definida por él mismo como una historia antigua de samuráis. Su gracia reviste en la torpe relación que el personaje principal tiene con su condición paranormal. Jo-jo’s Bizarre Adventure: Diamond is Unbreakable –rodada en Sitges- es una ensaladera en la que caben varios de los preceptos del manga: escenas de acción, personajes adolescentes exaltados, robots gigantes tripulados por humanos, amistad, superación personal y, claro, una estética llevada al extremo. Para atrevidos y freaks. Miike también presentó The Mole Song: Hong Kong Casino, la secuela de las aventuras de Reiji, un agente secreto.

En Before We Banish, Kiyoshi Kurosawa aporta otro histriónico personaje en la línea del Mamiya de su Cure (1997). Ambos juegan fuera de quicio, al límite del sentido común, dando forma al desasosiego psicológico propio del cineasta nipón. Japonés es asimismo el ultracine de Yoshihiro Nishimura y su Meatball Machine: Kodoku. Para quien quiera ver una peli entera con la boca abierta por la estupefacción. De Corea del Sur se pudo visionar The Villainess (La Villana), de Jung Byung-Gil, con unos primeros cuarenta minutos de desbocada acción. A Day¸de Sun Ho-Cho, recrea con maestría el bucle de revivir el mismo día atrapado en el tiempo.

Estrellas de todo pelaje asistieron a presentar míticos clásicos en este 50 cumpleaños de Sitges. Una Susan Sarandon aún maravillosa vino a recrear The Rocky Horror Picture Show (1975). Volvió a explicar que sigue sin entender por qué le piden cantar en sus películas. William Friedkin sirvió de cabecera a sus El Exorcista (1973) y Sorcerer (1977).

Se pudo ver asimismo al gran Robert Englund presentando Campfire Creepers, la nueva serie en realidad virtual del director Alexandre Aja. Esta tecnología puede dar mucho que hablar, pero creo que le falta la comunión que se produce en las salas: habría que llegar a compartir visionando a la vez en grupo. Darío Argento apareció acompañado de Del Toro en un auditorio casi lleno a las diez de la mañana, para presentar la versión restaurada de Suspiria (1977), capolavoro del género de terror. Recibió una triple ovación más que merecida.

 

Texto: The Shadow of Pacus

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