Agustí Villaronga decidió emprender una aventura difícil como la de adaptar una novela convertida – aunque no sin dificultades, algo a lo que el hecho de que su autor, Joan Sales, tardara unas cuatro décadas en establecer una versión definitiva de la misma no es, sin duda, ajeno – en un clásico de las letras catalanas. De manera inteligente, el autor de Pa Negre, elimina a uno de los personajes del trío protagonista del original literario, un seminarista, focalizando su atención en el triángulo que conforman Lluís, Solerás, destacados en el frente de Aragón durante un período de la contienda de tensa calma, de inactividad bélica, y la mujer del primero, además de un elemento poderoso más, la “señora” del pueblo, a quienes los republicanos en la primera e impactante escena – marca del autor – han matado a su “marido”. De esta manera, esta libertad en la adaptación permite a Villaronga, sorteando el temido y temible costumbrismo, desarrollar un drama malsano – un regusto en el que el director siempre ha demostrado su habilidad de raigambre shakesperiana – algo que habría sido muy del gusto de Sales, sin duda – y bastante teatral – apenas algunas vistas del frente, la casa de la “señora del pueblo”, la otra casa en la que se aloja Lluis, la iglesia destrozada, poco más -, en la que justo es reconocer el buen hacer de los cuatro actores protagonistas, destacando el “rescate” de Nuria Prims, con una resolución final que se encadena con el reinicio de las hostilidades en el frente que sirven para que el director de Tras el Cristal concluya la película con imágenes –de ficción y documentales – de los desplazados por el combate, algo tan innecesario como el breve y luminoso –en contraste con el trabajado tono oscuro del resto del metraje– paréntesis barcelonés, pero ya se sabe que hasta el mejor escribano echa un borrón (o dos).
CRISTÓBAL CUENCA