A Morrisey quienes le aman, lo hacen con todas sus fuerzas (y mucha dedicación), y los que lo odian, con más ahínco si cabe. El resto muestra su indiferencia ante un personaje arrogante, contradictorio, un hombre que paga más por lo que habla que por lo que calla. Por eso, cuando en 2013 se publicaron sus memorias (ahora las rescata aquí Malpaso), hubo mucha expectación, quien más y quien menos sabía que iba a sacar el látigo para dejar escaldado a más de uno. Reparte caramelos y la mayoría envenenados, a New York Dolls (aunque los adore y presuma de ello), a la inocente Sandie Shaw, a Siouxsie por sentirse engañado tras leer su biografía y cambiar (según él) lo que vivieron juntos, a alguien tan intocable en el Reino Unido como John Peel, a la prensa con Nick Kent a la cabeza, y con Bowie se muestra ambiguo, dubitativo. Dibuja las calles y la escena de Manchester en clave poética, lo describe todo al detalle (incluso lo grisáceo y sucio de sus calles), también los episodios más violentos. La industria discográfica tampoco sale bien parada, a Rough Trade los machaca, a Tony Wilson, fundador de Factory, lo deja a la altura del betún, quizás fruto de sus frustraciones (por grandes que fueran los Smiths, nunca consiguieron un número 1), sus manías y variadas obsesiones, punteadas aquí con detenimiento, astucia. Morrisey es un provocador nato, asimismo un perfeccionista, se tiró diez años para escribir un libro que, todo sea dicho, está esculpido por una pluma exquisita. Ahora sus detractores podrán desenterrar (de nuevo) el hacha de guerra contra él, mientras sus seguidores le seguirán dando la razón, alabando cada uno de sus actos. Ángel y demonio.
TONI CASTARNADO