El nuevo disco de Devin Townsend –y por ende el grueso de su discografía, dejando aparte a Strapping Young Lad– resultan un compendio bastante preciso de lo que más me disgusta en buena parte del rock progresivo actual, que no es otra cosa que su invasión/derivación/perversión a cargo de tantos y tan aburridos sonidos metálicos de manual. Cierto que siguen existiendo y apareciendo artistas muy interesantes que recogen las enseñanzas de los maestros y las revierten en devoción e inspiración, pero lamentablemente no es el caso de un considerable número de bandas pseudo metaleras (re)tiradas hacia un supuesto sinfonismo que ni es lo que saben hacer, ni es nada que tenga que ver con lo que hacen.
Y para muestra, lo nuevo del canadiense, un compendio de riffs sobados, teclados verbeneros y ritmos para agitar melenas cogoteras, emborrachado todo el pastel con melodías power metal de tebeo de saldo y coros supuestamente grandilocuentes que no pasan de coral de primaria en el festival de primavera.
¿Tocan mal? No, ninguna de estas bandas toca mal. Tocan incluso bastante bien, la mayoría. Pero componer e interpretar, ah, eso es otra cosa. ‘Transcendence’ es, resumiendo, un disco rimbombante y pomposo, fatuo y bostezante, con un sonido tan higiénico y aseado que apesta a desinfectante mezclado con ligeras pero estomagantes miasmas new age para mozalbetes despistados y cuarentones apoltronados. Por no hablar de lo hueco e irritante de su producción, tan orgánica como el cuesco de un robot.
No dudo que este tipo de artistas y de discos cuenten con su público, que por lo que veo y leo por esos mundos, si no son legión poco le falta, pero definitivamente no son lo mío. Y si este es el presente y el futuro del progresivo, paren que yo me bajo.
Eloy Pérez
