El 13 de junio de 1.993 aparecía muerto en su casa a la temprana edad de 41 años a causa de un fallo cardíaco. Justo cuando estaba a punto de dar el salto definitivo en su carrera. Su último álbum Howlin’ Mercy empezaba a asomar la cabeza por las listas de ventas y su nombre empezaba a correr de boca en boca. Una muestra más de su mala fortuna, iniciada en su adolescencia cuando se vio involucrado en un gravísimo accidente automovilístico que le costó la pérdida de visión en su ojo derecho y sufrir diversas intervenciones quirúrgicas para reconstruirle la cara.
A los trece años ya estaba pisando escenarios. Abandonó el hogar paterno a los dieciséis para recorrer carreteras, bares y clubs en la mejor tradición de los viejos bluesmans errantes. Remolcando su frágil salud y durmiendo en edificios abandonados, estaciones de autobús y, según cuenta la leyenda, donando sangre a cambio de dinero para poder comprar cuerdas para la guitarra. Su música refleja el lado más sombrío del Blues, cementerios y pantanos, gatos negros y saquitos de huesos, mojo y hechizos vudú, letras que exorcizaban sus múltiples demonios interiores hablando de engaños, traiciones, venganzas y celos.
Canciones que, entonadas por su profunda voz, resultan inquietantes y tenebrosas. Estupendo guitarrista de estilo sobrio, gran dominio del slide y sonido muy personal nos dejó en vida tres grabaciones imprescindibles para los amantes del género, A Man and His Blues (1.989), One Beliver (1.991) y el citado Howlin’ Mercy (1.993) uno de los discos de blues más maravillosos y lúgubres que jamás he escuchado y si no me creéis pinchad «Wolf Among The Lambs» en la penumbra, pura banda sonora del infierno.
Manel Celeiro
Foto: Jack Vartoogian (http://johncampbellblues.com/)
Doy fe de que lo escrito es una verdad como un templo, de momento solo tengo el Howlin’ mercy, pero prometo adquirir los otros porque este tío era muy bueno.