RUTAS INÉDITAS
En esta sección encontrarás textos no publicados en Ruta 66. Críticas de discos o libros, de conciertos, artículos o entrevistas atemporales que por un motivo u otro no transitaron por la Ruta 66. Ahora ruedan en estas Rutas Inéditas……..
10 de junio de 2006. Ray Wylie Hubbard se sube al escenario del Everyday Inn en Rockingham, Vermont. Ataviado con el habitual pañuelo que cubre su cabeza, le acompaña un tipo discreto en todo menos en la gorra que ocupa el lugar del pañuelo de Wilye. Una horrorosa prenda verde y amarilla de baseball que se nos antoja el atuendo menos rockero del mundo. Da igual. Debajo de esa gorra se esconde Gurf Morlix. Alguien que a la postre se va a convertir en el protagonista del concierto. O no. Esa es la duda que siempre nos asalta con Gurf. Si es tan grande como creemos porque sabe mantenerse en un destacado segundo plano, o su grandeza reside en su tremenda personalidad, que sólo su timidez disuelve para evitar su conversión en una estrella por sí mismo.
Morlix es uno de los escuderos habituales de Ray. Su trabajo en Eternal & Lowdon, en 2001, los hizo prácticamente inseparables. Pero no es el único. Gurf se estrenó como secundario de lujo produciendo el disco homónimo de Peter Case, en 1986. Tras eso han pasaron por sus manos de productor y guitarrista pesos pesados como Lucinda Williams (sus mezclas de Car Wheels on a Gravel Road, no publicadas, engrandecen, si cabe, aún más el original), Slaid Cleaves, uno de sus paladines favoritos, Robert Earl Keen, Tom Russell, que dejó en sus manos el espectacular Borderland (2001), Mary Gauthier, Jim Lauderdale, Emmylou Harris, John Prine o Bob Neuwirth, por citar sólo a algunos. Que la mayoría de ellos hayan repetido dice aún más en su favor.
Su último disco es Blaze Foley’s 113th Wet Dream, un álbum de versiones de su amigo Blaze Foley realmente maravilloso que culmina una carrera en solitario discreta pero siempre abonada al sobresaliente. Se inicia con Toad Of Titicaca, en el año 2000 y tras él, el de Buffalo (NY) nos entrega seis soberbios discos, al alcance de muy pocos músicos. Quizá por eso, el prestigioso crítico musical Henry Cabot Beck aseguraba que “si alguien todavía anda buscando un candidato para sustituir a Robbie Robertson en The Band, puede dejar de buscar. Gurf Morlix es su hombre. Puede cantar y producir. Toca cualquier instrumento que tenga cuerdas y tiene un conocimiento de la música americana superior al de cualquiera”. Casi nada ¿Osado? Quizá sí. O quizá no. Otro dilema para resolver.
Gurf empezó joven, como casi todos, aunque la culpa no la tienen, como suele ser habitual, ni Elvis, ni Dylan, ni Hank Williams. Morlix decidió ser músico al oír a los Everly Brothers cantando «Cathy’s Clown», y acabó de confirmarlo cuando vio a los Beatles en el show de Ed Sullivan. Una de sus primeras bandas la forma junto a su amigo Peter Case. Morlix se encarga del bajo y Case de la guitarra. Nada que llegara más allá de la anécdota. Pero el disco que cambiará su vida, ahora sí, será Nashville Skyline de Bob Dylan. Aquellas sutiles guitarras country y la atmósfera de «Lay Lady Lay» eran insuperables. Él lo vio. Sus ojos o, mejor dicho, sus oídos, sabían dilucidar entre aquellos acordes un sonido especial que el resto de mortales, probablemente, dejaba escapar. Donde todos veíamos una bonita canción él encontraba el origen de algo. La base de lo que iba a ser su manera de tocar y, sobre todo, su enfoque al producir. Por eso Gurf decide girar sus pasos, definitivamente, hacia la música country. Lo hace trasladándose a Austin, en 1975 y eligiendo a Hank Williams como el faro que ilumine sus pasos. Pensaba que necesariamente Dylan debía haberlo mirado a él para construir aquel conjunto de canciones de extrema belleza. No andaba desencaminado. Y la ciudad tejana no era mala elección. Allí conocerá a gente como su inseparable amigo Blaze Foley, figura clave para entender su carrera y su evolución musical, que merece una revisión por sí mismo, Townes Van Zandt, Buddy Miller, Dan Penn o Warren Zevon, entre otros. Gurf se convirtió en el músico al que todos recurrían para completar sus discos y muchos, incluso, para dirigirlos desde la mesa de sonido. Sabían que tenía algo especial. Y sus aportaciones siempre eran un lujo. Morlix era discreto, sin ánimos de ofuscar a la estrella del disco, pero inevitablemente intervencionista por su enorme calidad innata. Por eso a nadie extraña que, durante un corto espacio de tiempo, llegara a convertirse incluso en miembro de los Plimsouls. Gurf es una estrella. Nadie fuera del negocio lo sabe, pero es una estrella.
Por eso, que en el año 2000 decidiera iniciar su carrera como solista no debió sorprender a nadie. Tarde o temprano, el momento debía llegar. Era natural. Nada forzado. Desde que el viejo Gurf, ya con su melena totalmente blanca por el paso del tiempo, había empezado a hacer sus pinitos en la composición en discos de gente como Buddy Miller. John Morthland define su debut, en el Austin Chronicles, como “un conjunto ecléctico de canciones sin fisuras”. A partir de ahí todo han sido elogios en su carrera, hasta que Richard Skanse dio, probablemente, con la definición perfecta del personaje mientras hablaba de Diamonds To Dust (2007). “Morlix debe ser considerado ya como uno de los compositores más convincentes y formidables, no sólo de su Estado, sino de toda la música americana”. Nada más que añadir, no vayamos a estropearlo.
Eduardo Izquierdo