No pasan muchas cosas, dicen, en Canadá. O no, al menos, en comparación con su vecino, garante del (des)orden mundial siempre con el ruido, la furia y la fanfarria a exagerado volumen. Pero a poco que uno ponga atención, descubre que sí pasan cosas allá arriba. Y una de ellas es la vuelta a la palestra de The Deep Dark Woods, o lo que es lo mismo, el nuevo disco de Ryan Boldt. Con su mano derecha, Geoff Hilhorst, sus compadres de Kacy & Clayton y un selecto grupo de amigos/colaboradores vistiendo el conjunto, eso sí.
Un conjunto que es ya séptima referencia de la banda y que incide en los parámetros en los que gradualmente se han ido instalando: en ese folk íntimo, un tanto oscuro sin llegar nunca a lo lóbrego, en ese country blues líricamente malherido y -en definitiva- en esa versión del americana que prima el ritmo pausado y la contención instrumental.
Así, ya sea guiñando un ojo a Roy Orbison en la inicial «Treacherous Waters» (con el Farfisa de Hilhorst sonando a gloria bendita), valseando al ralentí en «How Could I Ever Be Single Again?» o resucitando una balada tradicional tan icónica -y reinterpretada- como «Anathea», Boldt y su gente vuelven a dar en el clavo. Con un disco además que hace de la brevedad -ocho canciones, media hora justita- virtud, dejando al oyente ora satisfecho, ora anhelante por más, según el momento y el ánimo de la escucha. Sensaciones ambas que deberían ser condición sine qua non para acabar calificando cualquier disco que escuchemos de, mínimo, notable. Tal que este, obviamente.
Eloy Pérez