El cruce de Pamplona con Almogàvers, durante décadas centro neurálgico de la movida nocturna del barcelonés barrio de Poble Nou y en especial del rock en directo -no solo por la localización de Razzmatazz, Ceferino, de la sede de esta revista, también por dar fachada al añorado ya extinto Rocksound- hervía desde horas tempranas en su nueva ordenación peatonal -esa en la que nos paramos mirando alrededor sin hallarnos todavía- ante la diversificada oferta presente: una improvisada party en un garaje atestada de gente y con música electrónica a un volumen ensordecedor, James –la banda de Manchester- en la sala 1 de Razz y en la sala 2, la mítica banda hardcore de la costa oeste que nos ocupa, Circle Jerks.
Entre semana a veces cuesta animarse y admitiré que las bandas veteranas me hacen dudar doblemente. No es la primera vez que uno hace el esfuerzo y luego se encuentra con lo que se encuentra. Pero la presencia del tres veces vivo Keith Morris –a sus 68 primaveras- del gran Greg Hetson -durante lustros también guitarra de Bad Religion-, del no menos mítico Zander Schloss al bajo, acompañados del titán Joey Castillo a las baquetas, no deparaba dudas. Qué error más grande haber causado baja de semejante evento.
Es cierto que la nueva configuración de la sala permite engancharse rápidamente al sonido, pero uno ya tiene suficientes bolos a la espalda como para que se le levante la barbilla con el último rasgueo de guitarras anterior al inicio, ese que pone a todo el mundo de frente: ¿sí o no? Admitamos que respondemos a esa pregunta mucho antes de que acabe el primer tema, y en este caso fue un sí rotundo.
Con una banda así da igual el repertorio, sinceramente, porque el sonido y el estilo lo son todo. Morris va sobrado de palabras y de desgañite, Hetson cambia de ritmo solo cuando sabe que el público se va a enervar, Schloss toca el bajo que parece que está pelando un único cable de alta tensión y tener a Castillo en tu banda es algo así como disponer de Bruce Banner perennemente mutado en verde. Joder, qué sonido, qué arrebatos rítmicos, hay que tener mucho compromiso para mantener eso durante tantas décadas; seguramente hay que ser eso, incluso quizás casi hay que no ser otra cosa.
La foto que me envían del set-list pone verdad a lo que vivimos, cinco actos de locura conformados por cuatro o cinco temas tocados casi sin descanso en los interludios de los cuales Morris no se reprimía de alentar a las masas con sus proclamas, lluvia de cerveza y un gigantesco pogo-ciclón en las primeras filas ¿Qué más se puede pedir? “Wild In The Streets” sonó a lo que es y a lo que somos, una anti-alabanza social, un grito descarnado que resopla -aunque sea a tiempo parcial- sobre una trama urbana que no nos pertenece.
Texto: Pacus González Centeno
Fotos: Marina Tomás