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Blues en la encrucijada: The Black Keys, vinagre, guindilla roja y sal

Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues. 

El duodécimo trabajo de estudio de los Black Keys, Ohio Players, forma parte de nuestras discotecas desde hace unos días. Antes de expresar mi opinión quiero dirigirme a cierto sector de la crítica especializada que ha recibido con estupefacción la presencia de la presencia Lil Noid y Juicy J, raperos, en «Candy and Her Friends” y “Paper Crown”: esto no es más que un guiño de Dan Auerbach y Patrick Carney a sí mismos. En 2009, el dúo se asoció con Damon ‘Dash’ Anthony, cofundador de Roc-A-Fella Recrods —compañía especializada en el género— junto con Jay-Z y Kareem Burke. El resultado de esta empresa fue “Blakroc”, conocido popularmente como “el disco de hip hop de los Black Keys”. No quiero decir, con ello, que para hacer crítica musical en España sea necesario saber de lo que se está hablando, pero algunos deberían tener el decoro de consultar la Wikipedia, como mínimo.

The Black Keys: Ohio Players Album Review | PitchforkCon esto no pretendo faltar a nadie, que también, pero no es ese el objetivo principal. Lo que quiero enfatizar es que, para cualquiera que haya seguido la carrera de los Teclas Negras, en este disco no hay absolutamente nada nuevo. Tenemos alguna joya de incalculable valor, como la versión del «I Forgot to Be Your Lover», de William Bell, coescrita junto a Booker T. Jones y lanzada en los años 60 por Stax Records. No diré que la hacen suya, porque en realidad tiene un toque muy particular que recuerda a The Archs, uno de tantos proyectos en solitario llevados a cabo por el ínclito Dan Auerbach y aquí viene uno de los grandes problemas de este disco: estamos ante un disco de Auerbach en solitario, con invitados muy incómodos. Beck, que aparece acreditado en la mitad de las canciones, debería estar en la lista de las diez personas más buscadas por el FBI; Noel Gallagher debería tener una orden de alejamiento de cualquier estudio de grabación; y Dan ‘The Automator’ Nakamura es un mamarracho con una discografía vomitiva, de cuya participación resulta “Beautiful People (Stay High)”, la típica tonada que acaba como banda sonora de alguna campaña de Vodafone o Movistar.

Por desgracia, estamos ante la confirmación de que los Black Keys son un par de hipsters —colectivo con más pulgas que el Oso Yogui— pseudo intelectuales, que se pasean por Nashville con gafas de sol salidas de un Kinder Sorpresa y ridículos sombreros de pescador. Lo único rescatable del disco, además de la versión de Bell, es “Candy and Her Friends”. Podéis decir lo que queráis de Lil Noid y lo suscribo, descalificaciones ad hominem incluidas, pero al menos tiene principios. Además, se trata del responsable de “Paranoid Funk”, una de las grabaciones más crudas y auténticas surgidas de la Memphis de finales del siglo XX.

The Black Keys - Ohio Players (Album Review) - Cryptic RockComo venía diciendo, cada escucha acentúa el hecho de que Auerbach ha emprendido otra de sus aventuras independientes y, a estas alturas, todas suenan igual. Los mismos arreglos, el mismo pestazo a soul hecho por tipos sin talento para el soul, rock hecho por gente que en realidad no escucha rock, blues hecho por dos chavales de barrio a los que no les alcanza la credibilidad ni para completar doce compases y bases electrónicas de adolescente pajillero que soñaba con afincarse en Ibiza y dedicarse a pinchar discos para pijos drogadictos. Todo esto estaba también en cortes como “240 Years Before Your Time”, «Midnight in Her Eyes», “Strange Desire” o «Girl Is on My Mind», por citar sus primeros LP’s. Su grandeza residía en la genialidad con la que explotaban sus limitaciones, resultando en joyas como “Heavy Soul”, “Till I Get My Way”, “Thickfreakness” o “I Got Mine”.

Aquel par de colgados que adoraban el sonido de su sótano, que dudaban de todo, que tenían que aprender a hacer lo que hacían mientras lo estaban haciendo, que, parafraseando a J. D. Simo, tocaban con el mismo estilo con el que lucha por salvar su vida un crío que no sabe nadar en mitad del océano, eran únicos. Su camino se cruzó con Mark Neill (mentor de Auerbach a la hora de construir el sonido que todos asociamos a su sello, Easy Eye Sound, algo que ya traté en otro artículo de esta casa), que supo entenderlos y darles un contexto maravilloso para realizar “Brothers”, su primer éxito, y, sobre todo, con Danger Mouse, junto al que fueron capaces de alcanzar el éxito comercial en todo el mundo. Junto a Mouse registraron su mejor álbum, “El Camino”. Después de aquello, la pareja empezó a tomarse muy en serio su arte y de aquellos polvos, estos lodos.

El problema de Ohio Players es que no es un disco de nuestros Black Keys, es la enésima orgía ególatra de Dan Auerbach, sin restar a Patrick Carney su parte de culpa. Ambos han grabado todo a cuatro manos, ejerciendo de multiinstrumentistas y dando rienda suelta a sus inquietudes, eso es evidente, pero esto ya no suena a ellos dos. Está claro que meter en la ecuación a Beck y Gallagher, dándoles tanto espacio para destrozar todo aquello que podría haber estado bien, no fue una gran idea. Es como ponerle Tabasco a tu café favorito, a ver si mejora. ¿Merece la pena probarlo? Lo cierto es que a nadie le importa, porque va desagüe abajo después del primer trago. Voy a ir más lejos, mientras escribo esto disfruto de un café espectacular y escucho en bucle “Ohio Players”. Procedo a verter una generosa dosis de Tabasco en mi taza, mientras, suena la empalagosa «You’ll Pay» (otra que tiene hechuras de cara B de The Archs). Respiro hondo y sorbo generosamente mi oscura infusión rebajada con vinagre, guindilla roja y sal: No cabe duda, está mucho mejor que el disco.

Texto: Dolphin Riot

 

 

 

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