Sabes que la noche promete cuando aparece el bajista Dino Everett ataviado con una camiseta de Herman Brood. A Frank Meyer, por otro lado, no hay quien le saque la gorra de camionero, y eso que el tipo es bien parecido sin ella y tiene pelo suficiente para lucir.
Pero suda, suda como ningún otro músico que haya visto, así que la gorra hace su función. Y de esto van los Cheetahs, de dar todo cuanto está en sus manos. Unos currantes de tomo y lomo. Jamás presencié un show de punk rock de tanta duración: hora y cuarenta. Quizás porque no son tan punk como para explotar a los veinte minutos, sino un hibrido entre el género, el hard angelino de finales de los ochenta y el power pop de los setenta. No necesitan volar en pedazos ni andar entre cristales. Lo suyo es música en su estado más puro, real y enérgico. Dijo Meyer una frase en el concierto que les define bien: «Dino y yo empezamos en el 95, nos aprendimos todas las canciones de los Stooges, los MC5, los Dead Boys y las Runaways, y a partir de ahí empezamos a escribir nuestras propias canciones».
Tienen material propio para sustentar un recital: «Lookout», «Call The Dogs», «Freak Out Man», «We Are The Ones», etc. Pero es con las canciones ajenas que se dejan llevar y retuercen su propuesta hasta llegar a las entrañas del rock and roll para convertir su experiencia en la mejor propuesta de club. Todavía flota en mi cabeza esa deconstrucción de «Fun House» (Stooges) que finalizó en el «Back To Comm» de MC5, casi veinte minutos de puro éxtasis guitarrero con Frank y Dino retozando entre el personal. Una pena la floja asistencia de público; me pregunto dónde estaban todos aquellos que llenaron la sala Magic hace cerca de veintidós años. Espero que esto no les lleve a tardar tanto tiempo en volver.
Texto: Sergio Martos
Fotos: Marina Tomás