La saxofonista salió a escena como un huracán, ataviada con un vestuario digno de Edgar Winter a principios de los setenta; «llegó del espacio», decía una mujer septuagenaria sentada a mi lado. Se presentó a sí misma en no pocas ocasiones, se mostró eufórica por estar en el festival de Terrassa por primera vez y alentó a que le tomaran fotos y le etiquetaran en las redes sociales. Nada que ver con las viejas generaciones. «Esto es 2024», justificaba la artista la propuesta de que el público sacase los celulares y la inmortalizaran. Arrogancia juvenil, aún cuando ronda la treintena de años. O la seguridad que te da haber cosechado tantas buenas críticas, nominación a los grammy incluida.
Su último álbum, Phoenix, merece todas las alabanzas. Y más. Es lo más sobresaliente que he oído en el jazz tradicional desde el álbum debut de Kamasi Washington. En vivo es excitante, apasionada, buenísima en su papel de líder de banda. De la propia banda destacó el excelso baterista, que tuvo momentos de brillantez destacada en sus duelos con la protagonista (especialmente en la lectura de «My favorite things»). El recital, en general, rayó a gran altura, pero hubiera descartado tanta canción de Coltrane (amo al músico, no se me malinterprete) a favor de más material propio. En lugar de cerrar con «A love supreme», que era la quinta pieza escrita o interpretada por Coltrane que sonaba, hubiera preferido una de las gemas de la autora como «Blast», tema épico y fastuoso de Phoenix que nos hubiera dejado levitando para encarar el largo camino a casa.
En cualquier caso, fue grande verla en este ambiente, porque apunta a que la próxima será en una sala de dimensiones mucho más grandes.
Texto: Sergio Martos
Fotos: Alberto Belmonte
