Un médium no resucita a los muertos. Un médium genera la ilusión de que aún siguen vivos y nos podemos comunicar con ellos. Que los desencarnados no han desaparecido sino que aún están en algún lugar y que pueden presentarse ante nosotros gracias a ellos. Jim Jones es un médium, que gracias a dios (y al vudú) nos visita con una frecuencia bastante elevada.
No lo suficiente para hartarnos de él: una vez más, como hiciera el año pasado, reunió a sus recién formadas estrellas, un septeto que funciona como big band de bareto gracias, sobre todo, a los saxos de Tom Hodges y Stuart Dace, para presentar Ain’t No Peril.
No hace falta enumerarlo, pero ahí va: Jones intermedia entre el público y James Brown, de quien saca esos instrumentales funk que parecen salidos del Apollo; Jones intermedia entre el público y Little Richard, tanto a través de sus alaridos como recuperando «Can’t Believe You Wanna Leave»; Jones intermedia entre el público y John Lennon, a través de su versión de «Everybody’s Got Something to Hide Except Me and My Monkey».; Jones intermedia entre el público y, en definitiva, toda una tradición de música negra limítrofe con el R&B. Jones intermedia incluso consigo mismo, recuperando unas cuantas canciones de sus anteriores formaciones, como la Revue («Rock N Roll Psychosis», «Princess & the Frog») o Thee Hypnotics, que cierran el set con una versión de «Shakedown».
Devolviéndolo todo al Imperio Británico medio después de que Dylan lo devolviese todo a casa, Jones no ha cambiado ni un pelo (ni perdido ninguno) desde hace treinta años. Hoy es una rara avis, un fenómeno sin par en un panorama musical donde incluso su revivalismo garagero se percibe como algo del pasado, como una cuestión histórica. Pero como bien sabe el buen médium, el pasado no existe, y el futuro tampoco: solo hay un presente en el que todos, los vivos y los muertos, dialogamos. Es todo una ilusión, pero funciona.
Texto: Héctor García Barnés
Fotos: Salomé Sagüillo
