Pocos discos recuerdo haber esperado con tantas ganas como este. Desde que hace casi tres años su anterior Born Against me voló la sesera, y tras prácticamente quemarlo a escuchas, no veía el momento de que Danny Kiranos nos regalara nuevo material. Así, tras saberse finalmente fecha de lanzamiento, los tres adelantos que desgranó me tenían salivando como un perro. Ahí estaban de nuevo las constantes de su particular universo, ampliadas en gran angular una vez nos hemos podido enfrentar al álbum por entero.
Un disco que, tras atentas y repetidas escuchas, enlaza perfectamente con el golpe de timón que ofreció con el anterior. Porque si bien es cierto que en Everything is Fine, su soberbio debut en 2018, ya mostraba una acusada personalidad como cantautor de raíces, en lo musical había una cierta -y tradicional- uniformidad. Todo eso cambiaría con el siguiente, del que este nuevo -me atrevo a conjeturar- parece plantearse como continuación. A poco que se ponga la oreja con tino, las similitudes resultan más que evidentes. En lo concreto, repitiendo guiño a Tom Waits en «It’s All Gone» u ofreciendo una segunda parte de «Murder at the Bingo Hall» con esta nueva maravilla que es «Once Upon a Time at Texaco pt.1», prácticamente un corto en b/n, tan visualmente nos desgrana la historia. Y en el tono general, volviendo a esas reflexiones vitales y a esos relatos marginales en los que suele combinar, de forma magistral, lo romántico y lo sarcástico, lo sórdido y lo irónico, siempre con un pie en la tragedia y otro en el chiste gamberro. Solo así se puede entender que nos entregue un cuento tan hilarante como el mal sueño de ketamina que es «I’m Going to Heaven», para un rato después destrozarnos por completo con «Garden of Leaving» y esa silla de bebé vacía en el asiento de atrás. Y en medio de todo ello, las relaciones en caída libre («The Mechanic»), la salud mental y las adicciones («Cannibal Within»), el amor en lo periférico («Stray Dog») y una reflexión final sobre la condición humana («Closer»), recitada, a la que todavía le estoy sacando detalles y matices.
Un nuevo disco de diez, tres de tres en su cuenta particular, tanto como una demostración de que los lindes del americana son tan amplios y flexibles como uno quiera. Y que las etiquetas (¿folk, country, gótico sureño, bluegrass?) en su caso, no aplican: uno de los privilegios cuando uno consigue ser un estilo en sí mismo.
Eloy Pérez